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Ismael Serrano. Virginia Carrasco
Ismael Serrano: «Flipo cuando los políticos dicen que los parados no quieren trabajar»

Ismael Serrano: «Flipo cuando los políticos dicen que los parados no quieren trabajar»

El músico vallecano debuta en la literatura con 'El viento me lleva' donde profundiza en su visión de la realidad

Martes, 7 de mayo 2019, 18:08

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Ismael Serrano (Madrid, 1974) analiza la pregunta un par de segundos antes de contestar, casi sin resuello. Acaba de publicar 'El viento me lleva' (Grijalbo) donde da su particular visión del mundo en siete relatos. Un mundo que observa con algo de pesadumbre. «Me gustaría ser más optimista», confiesa con media sonrisa. Tal vez porque le encantaría que las cosas fueran de otra manera, o por temor a que lo sean, es un fanático de la ciencia ficción.

Este género se aleja mucho de lo que escribe y canta.

Soy un gran lector de ciencia ficción. Desde pequeño he leído a Asimov, Arthur C. Clarke, Dan Simmons y su 'Hyperion', Frederick Pohl o Ursula K. Le Guin. Ahora los libros más interesante de ciencia ficción los están haciendo mujeres. Son las que están ganando los premios Hugo y Nébula como N. K. Jemisin, Naomi Novik, Marcia West...

¿Qué le atrae del género?

Me gusta la que plantea qué puede pasar en el futuro, en otras realidades. Esa literatura invita a la reflexión sobre la actualidad y alerta de los problemas a los que nos podemos enfrentar. Las posibles distopías, por ejemplo. Por eso, creo que hay libros para la reflexión y para la evasión.

¿Cómo en la música?

Igual. Lo que no vale es decir que la música para la reflexión no sirve. Es una tontería. De la misma manera que es una tontería decir que todos los artistas tengan que expresarse políticamente en sus canciones. Cada uno hace lo que debe y ya está.

¿El libro ha sido reflexión, evasión o las dos cosas?

Las dos cosas. Cuando uno escribe canciones proyecta sus miedos y sus ilusiones y en este caso también. El libro tiene que ver sobre todo con las oportunidades perdidas, los viajes que posponemos, la resignación como imposición absurda, con gente que no se rinde o que descubre que nunca es tarde para perseguir un sueño. Luego me di cuenta de que varios de los personajes son desempleados, gente que vive en la precariedad ya sea sentimental o laboral. También son historias de amor, sencillas.

Hay personajes curiosos, como el protagonista que analiza las despedidas de pasajeros de los aeropuertos. Pero también gente que lo ha perdido todo por la crisis.

Hay mucho de verdad en estos relatos. Un amigo mío pasó su calvario con la crisis. Flipo cuando los políticos dicen que los parados no quieren trabajar. ¿Esta gente no ha tenido a nadie de su familia parada? Es un drama y sobre todo a ciertas edades.

¿Por qué siete relatos y cuándo los escribió?

Todos, de alguna manera, ya los tenía pensados y algunos los he contado en los interludios entre canción y canción. El primero, el de las despedidas, funciona como prólogo, y el de la chica que tocaba el violín es el epílogo. Ambas historias tienen que ver conmigo en ese empeño de abrir ventanas de esperanza, de conectarse con el optimismo. La violinista, por ejemplo, no podrá ser nunca concertista pero es una mujer afortunada. Muchas veces vemos cómo fracasó cosas que no lo son. Y luego están los otros cinco relatos centrales que se cruzan, como en una casa o un edificio. Tienen que ver con el barrio en el que me crié.

¿Con Vallecas?

Sí. La vida estaba relacionada, los problemas del vecino eran los nuestros, cuando mi madre se iba nos cuidaba la vecina, luego venía una chica un poco mayor para que mi madre le ayudara con los problemas de la EGB porque sus padres no sabían. La historia que más me emociona es la de la viuda porque hablo del barrio en el que me crié. Un barrio que conocí a través de mis padres. Uno de las casas bajas, con retrete compartido, con calles de tierra, con la parroquia como centro neurálgico donde venían a converger la gente con inquietudes políticas o culturales.

Entonces, ¿el relato corto es su sitio?

Para mí ha sido un descubrimiento. Me ha divertido mucho, me ha gustado y he estado cómodo. Es una puerta que se ha abierto por la que me gustaría seguir.

¿Se atreverá con una novela?

 No lo sé. Cuando comencé este proyecto, había pensado en hacer relatos todavía más cortos al estilo de Galiano. Pero me he encontrado muy cómodo en ese formato, como los de Fontanarrosa.

¿Le queda un cuento pendiente?

El del trabajador pobre, el que no ha perdido el empleo pero sigue siendo pobre. Falta esa parte por contar.

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