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Papamoscas en la Catedral de Burgos
Burgos misteriosa

Los mil misterios y la mística que encierra el Papamoscas en Burgos

Sobre esta figura del primer autómata de Castilla, circulan numerosas leyendas y sucedidos la mayor parte de ellos legendarios que le dan un aura mística y misteriosa al papamoscas

Sábado, 25 de octubre 2025, 09:30

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Hoy es un elemento atractivo para todas las edades. Su forma de gesticular y dar las horas y las medias, hace del Papamoscas esa figura a mitad de camino entre los estrambótico y los simpático que atrae miradas, sobre todo de los turistas, que se acercan a la Catedral de Burgos para contemplarlo.

Es fácil observar cualquier día a docenas de personas paradas detrás del coro, junto a la entrada principal de la plaza de Santa María, mirando con atención el reloj. Es una figura que habla y la que hay que entender su lenguaje para penetrar en los mundos más ignotos y misteriosos y hacer un repaso a los avatares que tuvo que pasar este autómata, el primero de la historia en la ciudad y probablemente en Castilla. Junto a él, su inseparable Martinillo.

Hoy su lenguaje es sordo, está camuflado por la campana de las horas. Pero el Papamoscas habla, grita, hace gestos extraños a aplicar el golpe de campana y hasta nos cuenta en cada campanada su historia encerrada más allá de su figura. ¿Qué hace ahí un elemento tan burlesco en una catedral tan icónica y entregada al culto divino? ¿Qué conjuro divino o humano ha castigado al autómata para dejarle a 20 metros de altura, quieto, sin poder contar su secreto?

Este autómata aparece revestido con una toca rojiza y su cara, al decir de muchos testimonios de otras épocas, presenta rasgos satánicos. No va desencaminada esta idea que puede recordarnos la levedad de la vida y el mayor castigo que puede tener el ser humano que al ser expulsado del Paraíso se dio de bruces con la muerte.

Son historias que nuestros antepasados contaban y que han quedado en el subconsciente colectivo, casi olvidadas, y que surgen en esa presencia onírica que experimenta quien se acerca hasta la figura del Papamoscas para verlo abrir la boca.

Es más, hace pocos siglos, corría la historia de que ese muñeco era obra del mismísimo Satanás para divertir a la concubina de un gran señor que tenía un pacto firmado con el diablo. Por aquel entonces, San Isidoro, que era arzobispo de Sevilla, enterado de las artimañas se las arregló para que el alma del caballero que había vendido su alma al diablo, fuese al cielo y el papamoscas viniese a la tierra.

Otras historias cuentan el Papamoscas fue antes una criatura humana, a quien Dios castigo por hacer gestos extraños en la iglesia, incluso cuando se confesaba con un canónigo de la Santa Iglesia Catedral. Un individuo que hacía gestos a una reina llamada doña Blanca.

Todas estas historias son inverosímiles. Pero se añaden a la que dice que en la época de Enrique III, el rey reparó un día en una joven que acudía a diario a rezar a la Catedral. Esta joven se pasaba horas enteras contemplando sepulcros y reliquias. El rey la descubrió. La observaba a media distancia, de incógnito. Sabía en que lugares oraba y que partes frecuentaba la joven dentro del templo. El monarca repitió su conducta una y otra vez a lo largo de años, y solo llegaron a rozarse la mirada en unas pocas ocasiones, pero con un lenguaje elocuente.

Cuando se cruzaban la mirada, la joven bajaba los ojos y salía de la iglesia en silencio, muy despacio. Y el rey la seguía hasta la puerta y así día tras día. En cierta ocasión, al retirarse, la mujer dejó caer un pañuelo que cogió el rey. Lo guardó, y dio a la doncella, el que él llevaba para su uso finísimo, acompañando la dadiva con palabras que sonrojaron a la joven, que salió de la iglesia y que jamás volvió a ver.

Había pasado un año cuando el monarca cazando se perdió en el bosque. Había dejado de ver por un año a la joven. Estaba perdido en el bosque cuando se vio atacado por seis lobos, de los cuales tres sucumbieron a su daga, pero sin fuerzas para defenderse, casi vencido al apetito de los cándidos. Cuando estaba a punto de entregarse un disparo de arcabuz, acompañado de un grito extraño que sonó su espalda, puso en fuga a las fieras.

El rey se volvió para agradecer a quien había realizado ese acto. Observo a una mujer quieta que en silencio le miraba con los ojos fijos. Sus músculos estaban horriblemente contraídos y de tiempo en tiempo, un lamento agudo se escapaba de su pecho. El rey quedó absorto a la vista de tan singular aparición; sin embargo, un sentimiento indefinible le hacía latir el corazón, pareciéndole reconocer en aquellas desfiguradas facciones, una persona amada de quien nunca se había olvidado... Era la joven de la iglesia.

Enrique III escuchó de su boca decir: «te amo porque eres noble y generoso; en ti amé el recuerdo gallardo y heroico de Fernán González y del Cid. Pero no puedo ofrecerte ya mi amor. Sacrifícate como yo lo hago…» Tras decir estas palabras la mujer cayó fulminante en los pies del Rey. La joven guardaba en su mano el pañuelo que él le dio y el rey no se pudo separar de la muchacha. El rey intento besarla y abrazarla, pero la joven se lo impidió y cayó fulminada a sus pies.

La pérdida de su amor lo llevó a encomendar a un artesano morisco que recreara a su amada, quien además pidió que la figura emitiera un sonido al toque de las horas para eternizar el lamento de la mujer y que resonara constantemente en su corazón. La figura fue colocada encima de un reloj veneciano en el interior de la Catedral. El artesano no era muy hábil y no supo inmortalizar la belleza de la amada del rey, haciendo una figura grotesca y basta que además emitía un sonido estridente, que provocaba en los fieles de la Catedral risas y burlas.

El primer reloj

Probablemente el papamoscas no fue el primer reloj que albergó una catedral. Sevilla y Barcelona se disputan de la primacía de los relojes en España. El de la catedral de Sevilla ya existía en 1393. El reloj de Barcelona en 1388. De esa época es el reloj de la catedral de Burgos.

Con todo, no fue el Papamoscas el único reloj que tuvo la Catedral. Los guias de la Burgos expresan en su web que «las crónicas citan una reclamación de pago en 1384 al abad de San Millán por la factura de un reloj». Ese mismo año, la ciudad pagó 4.000 maravedíes pagados por el cabildo y la ciudad.

Sin embargo, el Papamoscas está datado en un acta del Cabildo de la Catedral de Burgos en 1519, que dice que «Diego de Castro, canónigo obrero, dijo que el reloj se aderezaba, y que algunos decían que se podría facer una invención de un tardón, que era un fraile rozando en su libro y un mochacho con él, y cuando hubiese de dar el relox le daba el fraile un coscorrón con un palo, e salía un rétulo que decía «despierta é cuenta », e que el mochacho despierta y se pone á contar. E así mesmo otra invención que á cada hora que hobiere de dar se represente un misterio».

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