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Donald Trump saluda a sus seguidores antes del mitin celebrado en Houston. AFP
Trump calienta motores para su reelección

Trump calienta motores para su reelección

El presidente de EE UU y su antiguo rival Ted Cruz presumen ahora de buena sintonía en un mitin juntos en Houston de cara a las legislativas

mercedes gallego

Corrresponsal. Houston

Jueves, 1 de enero 1970

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Si Donald Trump fuese una estrella de rock, la camiseta de su última gira sería una lista de ciudades remotas difíciles de ubicar en el mapa. Erie (Pensilvania) está más cerca de la frontera con Ohio que de la histórica ciudad de Filadelfia, como a Elko (Nevada) llegan mucho antes los agricultores de Idaho y los mormones de Utah que quienes juegan en los casinos de Las Vegas.

Sus bases no están en las grandes ciudades ni entre la gente más cosmopolita, sino en la América rural que mira con desconfianza a las urbes de Sodoma y Gomorra, especialmente si se ubican en las franjas costeras del país. La estrategia que le dio la sorpresiva victoria de hace casi dos años se basó en recaudar por pocos votos un puñado de victorias en condados remotos que inclinaron la balanza de Estados clave como Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Esa es la que Trump quiere repetir para el 2020, en unos comicios en los que pretende sacarse la espinita de haberse convertido en presidente sin ser el candidato más votado.

Ha empezado pronto, muy pronto. Donald Trump es el presidente que antes registró su campaña de reelección, el mismo día de su investidura. A estas alturas en las que ningún otro presidente desde Reagan había recaudado nada, él ya tiene más de cien millones de dólares (87 millones de euros), más de la mitad de este último trimestre en pequeñas contribuciones de 200 dólares (174 euros) cada una. En ese contexto casi obsesivo por consolidar el poder y cerrar las heridas del ego, las legislativas del próximo 6 de noviembre son una oportunidad de oro para calentar motores y construir una base de datos repleta de fieles a los que movilizar cuando llegue el momento. «Mándale un mensaje de texto a Trump al 8220», decían el lunes los carteles luminosos del pabellón Toyota de Houston.

La ciudad texana es una excepción en la gira de pequeñas ciudades de menos de cien mil habitantes que visita. Trump ni siquiera ganó el condado de Harris al que pertenece, pero con su instinto infalible la ha considerado madura para darse un baño de masas y sacar músculo. Hasta entonces, de los 27 mítines que había dado en esta campaña, más de tres cuartos habían sido en condados que ganó por una media del 60%, un tercio cerca de los Apalaches.

Una relación renovada

La mayoría de los que respondieron este lunes con entusiasmo a su llamado le votaron hace dos años a regañadientes sólo porque se convirtió en el candidato del Partido Republicano tras batir a su querido Ted Cruz, al que entonces llamaba «mentiroso». «Ya sabéis que tuvimos pequeñas diferencias pero las hemos superado y ahora somos grandes amigos», le dijo a las masas. Hoy Donald Trump es más de lo que muchos se atrevieron nunca a soñar en un político. «¡Anda que no estaba yo equivocada!», se alegraba Trisha Barton, mientras esperaba para verlo en directo por primera vez.

En teoría el presidente hacía campaña por Cruz, que este 6 de noviembre tiene que renovar en las urnas su asiento al Senado, pero en las camisetas y las gorras rojas no aparecía su nombre sino 'Trump 2020', a lo que alguien añadió con sarna: «zorras». Si la elección de un presidente que fanfarroneaba de meterle mano a las mujeres «por el coño» solo por ser rico y famoso fue un ultraje, la de su nominado para el Supremo acusado de intento de violación ha sido una humillación de la que se regodean muchos seguidores de Trump.

A Trisha, que aguarda con emoción el momento de volver a votarle, no le ofende que haya cultivado esa brecha de resentimiento machista, porque no se creyó en absoluto el testimonio de Christine Ford, la mujer que acusó a Brett Kavanaugh. «Yo sufría por ese pobre hombre, ¡lo que le han hecho pasar!». A él, «y a su preciosa familia», añadió después el presidente. Y si Trump tuvo deslices con actrices porno, «¡Pues no es para tanto! Al menos no los tuvo en el Despacho Oval, como Bill Clinton», le justificó la mujer de 68 años. Para ella lo más importante es que ha tenido el valor de apoyar abiertamente a Israel cambiando la Embajada a Jerusalén y prohibiendo la entrada de refugiados musulmanes.

«¿Y qué si es un racista?»

Tom Reigle, de 27 años, que hizo 16 horas de cola para verle, admira que «a diferencia de todos los anteriores presidentes, a él no le manipula nadie». Nelson Wander, que hacía cola con él, está satisfecho de que «nos ha devuelto el orgullo frente al mundo, por eso ahora tenemos muchos más patriotas que antes». Y Javier González ha convencido a su padre nacido en México hace 79 años: «¿Y qué si es un racista? Tú no vas a juntarte con él, con que la economía vaya bien y te llene los bolsillos, ¿a ti qué?».

Los nuevos conversos de Trump refuerzan sus posibilidades de reelección y se lo ponen más difícil a los demócratas en estas elecciones de medio mandato en las que aspiran a recuperar al menos el control de la Cámara baja. Trump ha dejado claro a sus bases que si quieren que siga luchando por ellas tienen que entregarle un Congreso que refrende su voluntad.

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