Hay tiempo de sobra para preparar la excursión al rincón burgalés que no tiene nada que envidiar al valle de las cerezas más famoso: el Jerte. El de Las Caderechas, quetiene más de 40.000 cerezos y tampoco se queda corto en manzanos -del tipo reineta, aunque se intentan recuperar algunas autóctonas-, así que cuando están en flor son una maravilla. Suele ocurrir a mediados o finales de abril, pero depende el tiempo que haya hecho en este valle que disfruta de un microclima debido a su situación geográfica, entre el páramo de La Lora, los Montes Obarenes y la depresión de La Bureba. O el viento de la paramera, que crea su propio paisaje de piedras y arbolillos torcidos o zona de cereal...
Y aquí, en este sitio protegido por los montes, todo es verde, abundan los bosques y los cursos de agua, y las flores de cerezos y manzanos se convierten en reclamo una vez al año. Las siguientes ocasiones en las que estos árboles llaman a la gente a acudir en masa es el primer domingo de julio, con la Feria de la Cereza que se celebra en Salas de Bureba, y el segundo de octubre, con la Feria de la Manzana de Cantabrana, ya cerquita de Terminón o lo que viene a ser lo mismo, al lado de Oña.
Al valle -o los valles, porque la carretera va recorriendo el principal pasando por otros que lo conforman- se puede acceder por cualquiera de estos dos pueblos, e incluso por un tercero, al norte, que se llama Hozabejas (si se viene desde Villarcayo). Cualquiera de las entradas es igualmente buena y da la oportunidad de adentrarse en Las Caderechas disfrutando al mismo tiempo del patrimonio natural y del arquitectónico. Porque, por supuesto, los pueblitos minúsculos que hay diseminados por el valle tienen sus iglesias románicas, sus torres, sus casonas blasonadas y las más humildes pero igualmente interesantes con sus balconadas que remiten a una arquitectura de montaña, sus callecitas que serpentean por alguna ladera mientras cae el agua por aquí y por allá. Y luego están los nombres de los sitios, que tienen también su aquel: Quintanaopio, Aguas Cándidas, Rucandio, Huéspeda. ¡Huéspeda!
En Hozabejas, de paso, pueden verse los restos de un acueducto del siglo XVII que tenía como misión llevar las aguas del arroyo del mismo nombre hasta las huertas y los campos de frutales. Hay muchas casas que se caen a cachos, muros anchos y escudos que hablan de un pasado mejor, se nota que aquí hubo movimiento: es un pueblo situado en el desfiladero que unía Cantabria y La Rioja, lugar de paso obligado para hacer negocios.
Hay carreterillas por las que se puede hacer una ruta circular, con algunos desvíos, de extremo a extremo del valle y con paradas en miradores desde los que otear no todo a la vez, debido a las revueltas de los caminos, pero sí buena parte de lo que en breve será un mar de florecillas blancas. En cualquier otra época del año merece la pena el viajecito para ver los campos de frutales, las extrañas formas de las rocas y los bosques de pino, quejigo y encina de los que salen corzos, jabalíes y ardillas. Ver un par de corzos observando entre los cerezos es una imagen para el recuerdo.
De Salas de Bureba hacia Aguas Cándidas y de allí hacia Hozabejas, Río Quintanilla, Rucandio, Huéspeda, Madrid de Caderechas y Herrera -en estos tres, más altos, se abarca una buena parte del paisaje-, Ojeda, Cantabrana, Bentretea y Terminón. Desde aquí se sale ya a la carretera que une Poza de la Sal y Oña, donde hay que ir a comer.