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El sonido es atronador. Doce metros de caída libre que, en los meses de deshielo, se cubren con una cortina de agua que va de lado a lado. Ni siquiera llega a verse el perfil del terreno que, en ese punto del curso del Jerea, se quiebra como una rama seca.
Es la cascada del Peñón, ubicada en Pedrosa de Tobalina, una de esas maravillas de la naturaleza que inundan Las Merindades y que en los albores de la primavera lucen con todo su esplendor. Bañada por las aguas del Jerea, la cascada sufre los avatares de la meteorología. Tras inviernos asolados por la lluvia y la nieve como el que acabamos de pasar, el espectáculo es impresionante. Un torrente de agua cae con furia sobre la poza que durante miles de años ha ido formando en el lecho del río.
Pero la estampa cambia en temporada estival, cuando las aguas vuelven a su cauce y la cascada se reduce a apenas un par de hilos de agua que, eso sí, no restan belleza al conjunto. Si acaso, algo de ese halo de furia natural. Es entonces cuando los bañistas ocupan la zona. Las -frescas- aguas del Jerea, la belleza de la poza y la accesibilidad de la zona la hacen idónea para pasar las largas jornadas veraniegas.
Los más atrevidos prueban el salto -hay que extremar, y mucho, las precauciones-. Los más conservadores, por su parte, se conforman con un chapuzón en las cristalinas aguas o con el simple paseo por el entorno. Además, Pedrosa de Tobalina está a tiro de piedra de varias de las maravillas de Las Merindades, como Frías o Tobera, por lo que el viaje, en todo caso, da para mucho.
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