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Tomás J. es trasladado por dos agentes. Efe
Ese hombre «normal» que asesina a su pareja

Ese hombre «normal» que asesina a su pareja

Los agresores 'pitbull' no responden a un perfil único, pero comparten creencias machistas y atacan con saña e ira

Domingo, 25 de agosto 2019, 22:58

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Cara de sueño, cabello despeinado, barba. Mirada fija. Unos cuantos 'selfies' con pose de aburrido y camiseta. Tomás J., el asesino de la doctora Pilar C., se presentaba en su red social como «operador de grúa torre en tantos sitios y oficios que ya ni me acuerdo de todos». Reafirmaba su frustración profesional con cierta ironía: «Un poco de todo... vamos... de putilla». Hace dos años, se fotografiaba a la luz del atardecer, con el pelo corto y con una perilla bien recortada, tal como se le atraparía en Carabanchel (Madrid) cuatro días después del crimen.

-Parece que estás enamorado -comentó su publicación un amigo.

-Qué pasa, mariconazo -saludó Tomás J.- Ya sabes tú que sí.

Para entonces, se había separado de la mujer con la que tenía dos hijos en Alicante y había comenzado una relación con la cirujana del Hospital La Princesa. Desempleado, su rastro digital cede a la dejadez. Nacido en Ibi (Alicante) y con nexos con Madrigal de la Vera (Cáceres), una vecina del pueblo le recomendaba afeitarse: «Cuando te quites la barba estarás más guapo». Una familiar cercana del mismo lugar le animaba: «Muy guapo».

Pero ese hombre de rostro perezoso de 43 años, que trabajaba tanto en la construcción como en la hostelería, era un maltratador habitual. Los abusos a Pilar C., de 48 años, eran continuados. Un amigo de la doctora Pilar recuerda que en marzo le había visto un «moratón en el brazo». Cuenta que le preguntó qué le había pasado. «Pena que no me hubiera contado». Ella tampoco quiso hablar en noviembre, cuando la policía vio por casualidad cómo Tomás J. la agredía en plena calle. En aquella oportunidad se le registró como «agresor» en el sistema contra la violencia de género, Viogen, a pesar que ella no quiso denunciarle. Quien sí lo hizo alguna vez fue la madre de sus dos hijos, aunque nunca llegó a tribunales.

«No hay perfiles específicos para los hombres que agreden a sus parejas y desde el punto de vista sociodemográfico abarca cualquier tipo de clases sociales y formación», explica Santiago Boira, director del máster de Relaciones de Género en la Universidad de Zaragoza. «Pueden ser agresivos sólo con su pareja, bien socializados, del que los vecinos dicen que nunca escucharon nada ni esperaban lo que pasó. Y pueden ser antisociales, con un historial de consumo de drogas y alcohol y comportamientos disfuncionales. Pero todos los agresores comparten la baja conciencia del problema y las actitudes machistas».

La última denuncia de la exmujer de Tomás J. sucedió en horas cercanas al asesinato de la doctora Pilar, por una amenaza por WhatsApp: «Voy a quitarte lo que más quieres, sabes que no tengo nada que perder». Ambos compartían la custodia de los niños. Pero Tomás se había mudado a Madrid para vivir con Pilar C. en el ático que ella había comprado en Tetuán (Madrid). Nunca había llamado la atención de los vecinos. Era un hombre «normal» que acababa de mudarse en familia.

Serpientes y perros

En ese lugar, la noche del jueves, golpeó a Pilar C., la ató, la apuñaló varias veces, le cortó el cuello, llamó a un amigo, le contó su crimen, fotografió a la mujer, envío las imágenes por el móvil y huyó. «No es solo matar, sino hacer escarnio. Mandar las fotos», comenta Boira. Ambos estaban solos en la vivienda. La hora era cercana a la media noche. «El riesgo de muerte para la mujer aumenta en determinados momentos», explica Boira. «Uno es cuando se plantea la separación. Muchos agresores dicen: 'Nos hemos casado para siempre. Yo te mato y me mato'. Hay una sobrecarga de ira. Entienden la separación como una traición, aunque no haya una relación sentimental con otra persona».

En una situación de violencia «naturalizada y permanente», otro momento que aumenta el riesgo de muerte es el posterior a «una noche de juerga, cuando el agresor viene herido en un escenario de celopatía y abuso de drogas. Aunque no es el alcohol o la cocaína lo que propicia el crimen, porque el origen es su machismo, sí agravan el incidente». La tercera circunstancia que eleva el peligro ante un maltratador es la denuncia de la mujer, de una manera similar a la de pedir la separación.

Después del crimen, Tomás J. se desplazó al sur de la ciudad, donde estuvo cuatro días. A las 21 horas del pasado lunes le detuvieron en el portal de la finca donde se escondía. Poco había cambiado su aspecto y aun así salía a la calle. Al pedir que se identificara, dijo: «Sí, soy el que ha matado a Pilar». El asesino volvió a confesar en dependencias policiales y ante el juez de instrucción, que le remitió a un juzgado especializado en violencia de género. Mostró siempre una actitud tranquila. En la clasificación de los asesinos hay dos grandes grupos: el cobra y el pitbull, asegura Boira. «El primero actúa certero y rápido. Cuando te das cuenta, ya ha matado. Por ejemplo, los asesinos en serie. El segundo muerde y no suelta. Es el agresor dentro de la familia. Cuando ataca, lo hace 20 veces. Es el que da numerosas puñaladas a su mujer, con ensañamiento, con una ira y venganza que explota con la pareja». En el caso de la doctora Pilar, ese hombre «normal» con el que vivía la atacó como un pitbull.

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