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Una manifestación con motivo de la desaparición de Laura. Federico Vélez / BC

El asesinato de Laura Domingo, sin respuestas 32 años después

El 8 de abril de 1991, cuando jugaba con unos amigos en un parque del barrio de Capiscol, la niña Laura Domingo Alonso despareció para nunca más volver. Más de tres décadas después no hay nada claro acerca de qué pasó en realidad aquella tarde triste del mes de abril

Sábado, 8 de abril 2023, 08:59

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Era lunes 8 de abril. La niña Laura Domingo jugaba en el barrio de Capiscol, en la calle Sasamón, al lado de su portal, después de salir del colegio Aurelio Gómez Escolar al que asistía y que estaba en el otro extremo de la ciudad, en la actual Barriada San Juan Bautista. En ese momento de la tarde, las 18.00 horas aproximadamente, fue abordada por un hombre joven.

Los niños que jugaban con Laura, contaron a la Policía que la niña se fue con este hombre de alrededor de 30 años que «vestía una cazadora marrón». Al parecer, según ese relato, el hombre pidió a la pequeña que le acompañase a visitar a una tía. Laura se fue de la mano con el hombre en dirección a la carretera de Logroño.

En los días siguientes a aquel fatídico 8 de abril, el día de la desaparición de Laura, empezaron las labores de búsqueda. Sus vecinos ayudaron en las tareas de rastreo por todo el barrio de Capiscol y Gamonal. Los bomberos de Burgos vadearon el cauce del río Arlanzón y la playa de Fuente el Prior con perros adiestrados y buzos que se sumergieron en las zonas más profundas del río; pero Laura no estaba allí. Vecinos y amigos de la familia de Laura Domingo distribuyeron por toda la ciudad la fotografía de niña. El barrio de Capiscol estaba conmovido; impactado por el suceso que estaban viviendo.

Más de treinta años después, toda la ciudad tiene grabada a fuego en su mente la foto de Laura. La misma que hoy reproduce este periódico. Cada burgalés que vivió esos días no necesita mirar el retrato; lo conoce de memoria. Media melena, cabello oscuro con una diadema y una sonrisa de niña feliz, truncada a buen seguro por lo que había ocurrido; así era Laura. La noticia abría telediarios regionales y nacionales; a Laura ya la conocía toda España y los vecinos de Burgos estaban impactados.

La solidaridad y el clamor popular estaba presente en las calles. Y ya el viernes siguiente a la desaparición, unas 25.000 personas se manifestaron en la ciudad de Burgos en solidaridad con los padres de la menor.

Hallado el cuerpo

Apenas veinte días después de la desaparición de la pequeña, una pareja que caminaba por el paraje de La Majada, próximo a San Medel, encontró el cadáver de la niña, sobre las 17.30 horas del 28 de abril. La noticia corrió como la pólvora por toda la ciudad. Y el dolor llenó de pleno el barrio de Capiscol en especial, aunque la conmoción fue mucho más allá.

El periodista Miguel Calvo lo contaba así en El País: «El cuerpo de la niña fue hallado boca abajo y sumergido a medias en el cauce del arroyo, que discurre con poca agua. La zona tiene abundante vegetación. El cadáver estaba vestido con el uniforme del colegio, que Laura llevaba el día de su desaparición: chaqueta y leotardos verdes y una falda de cuadros. El cuerpo fue encontrado por el dirigente del sindicato USO Luis Ausín, quien paseaba junto a su esposa por el lugar. El matrimonio avisó de inmediato a la Guardia Civil».

Imagen actual de la calle Sasamón, en el barrio de Capiscol. JCR

La autopsia realizada al cuerpo de la niña desveló que no había signos de violación. Esos sí, tenía varias contusiones y dos hematomas en los pómulos, fruto de alguna caída o golpe. En una mano Laura aparecieron restos del cabello de presunto secuestrador, pero las pruebas de ADN, realizadas en la Cátedra de Medicina Legal de Santiago de Compostela, no dieron resultado. Por entonces las técnicas estaban poco avanzadas para llegar a conclusiones.

La niña apareció vestida con su uniforme del colegio. Como curiosidad, el cuerpo parecía estar depositado con cuidado en ese lugar, no arrojado, y su ropa planchada. Datos reveladores de que quien dejó ahí a Laura lo hizo con tacto y tratando de redimir de esa manera una culpa que siempre iba a recaer sobre el autor o autores del asesinato.

Funeral multitudinario

Dos días después de la aparición del cadáver de Laura se celebró el funeral el parroquia de El Salvador. Se habilitó como templo el patio de la iglesia; allí se colocó el altar. Y debido a ello se pudo dar cabida a más de 10.000 personas. Era un 30 de abril. Capiscol estaba de fiesta; pero este año era triste. A las 12 de la noche se debía de pingar el mayo en ese lugar. Pero los fastos se suspendieron. Se decretó luto oficial en la ciudad durante tres días. La misa por la niña fue presidida por el entonces arzobispo, Teodoro Cardenal Fernández, al que acompañaron todos los sacerdotes del arciprestazgo de Gamonal.

Investigación

Según el relato y testimonio de los abogados de los padres de la niña, el proceso de investigación no fue el más acertado. Lo declararon a varios medios de comunicación, años después. Tras las primeras investigaciones, se cerró el proceso sin encausados en diciembre de 1991. Se mantuvieron las investigaciones en semi secreto hasta que un auto de sobreseimiento en 1993 dio carpetazo al crimen.

El caso se reabrió en 1999 y se produjo la detención de un joven, hijo de unos hosteleros que tenían una casa a unos metros de donde apareció el cadáver. Se le tuvo que soltar inmediatamente. Las sospechas no tenían más fundamento que el camino que quiso seguir un mando policial. Este joven, que en el momento del crimen estaba en un hotel levantino, encajaba dentro de un perfil elaborado por la Policía; pero tenía coartada. Sus abogados pidieron el sobreseimiento de nuevo, que se produjo.

Quizá por algún interés no confesado, se pudo contaminar la investigación con pruebas y testimonios contrapuestos y algún tipo de interés personal que, personas muy conocidas del barrio de Capiscol y conocedoras de este hecho, atribuyen a la abuela materna de Laura para, presuntamente, ocultar información relevante al caso.

Imagen de una de las concentraciones. Federico Vélez

Y esto, que era vox populi en el barrio, puede tener su grado de verosimilitud si atendemos a cómo se desarrollaron los acontecimientos, bien entrado ya el presente siglo. En 2006 se reabría el caso con una investigación que se debiera haber realizado tras el crimen. Pero no fue hasta entonces cuando se hizo. Se centró en el tío de la niña, hermano de la madre de Laura, tal y como contaba entonces El Norte de Castilla.

A.A.H. contó a la Policía que fue él y una mujer [una tal Charo, que se suicidó después en un psiquiátrico de Palencia] con la que mantenía una relación, junto con otro individuo, J.M., quienes recogieron a Laura y con la excusa de ir a comprar un regalo por su cumpleaños [el 9 de abril cumplía 6 años], montaron en un Ford Orion y se ausentaron del lugar.

Este mismo hombre confesó a la Policía y a la juez instructora que la niña murió de «manera accidental» en el citado coche, por asfixia. Les dijo que el cadáver de Laura estuvo en la casa de Charo, en el centro de la ciudad en un ático de la calle del Hondillo, metida, tras su muerte, en el interior de un congelador. Para trasladar el cadáver de la menor hasta San Medel, donde apareció el cuerpo, tuvieron la ayuda de una pareja que vivía en ese domicilio. A.A.H. vendió su vehículo solo tres meses después de la desaparición de Laura.

Un examen psicológico

Para tratar de determinar, tras el estudio policial, si A.A.H. pudiera ser el asesino de Laura, en 2008 se elaboró un estudio psicológico para tratar de dar verosimilitud a su relato. En el mes de junio de ese año se dio a conocer el informe elaborado por un médico forense y una psicóloga forense.

En ese informe se explicaba que le realizaron hasta cinco entrevistas al tío de Laura a comienzos de 2008. Los resultados de este estudio rebatían al Ministerio Fiscal que había archivado en varias ocasiones el caso. El sucesivo archivo de la causa impedía ampliar las investigaciones del hecho. Pero el análisis de la psicóloga y el forense arrojaban un dato muy esclarecedor. El tío materno de Laura Domingo, a la luz de los estudios, dice el informe, «relata unos hechos con conocimiento y voluntad plenas» que «no son consecuencia de una elaboración fantástica ni determinadas por una patología psíquica, que no presenta».

Es más, ese informe apunta la inmadurez mental del A.A.H, una persona «muy dependiente de su madre, que nunca se ha enfrentado a ella» y que «cuando piensa hacer algo se pregunta por cómo le va a parecer a ella, lo que dirá». Ello le generaría una enorme dificultad para «relacionarse con mujeres independientes y autónomas». Y desde el punto de vista personal, se arrepentía, «por las consecuencias» que podrían acarrearles a otras personas, su confesión, forzada eso sí, porque no fue a iniciativa propia.

A fecha de hoy, 32 años después del crimen, no hay nada claro. Quien se inculpó está muerto y después de tres décadas, el suceso se ha ido durmiendo en los estantes de la Comisaría de Burgos sin que se haya resuelto. Los años han pasado; el olvido colectivo se ha perpetuado. Nadie habla ya del secuestro y asesinado de la niña que hoy encajaría sin duda en el tipo penal de violencia de género.

Algunos vecinos sí recuerdan tímidamente lo ocurrido y lamentan que 32 años después lo ocurrido siga sin un responsable. Para muchos es algo que «pasó hace mucho tiempo y que el tiempo cura las heridas». Sin embargo, la muerte de Laura Domingo fue una herida que sigue abierta.

Los perores años de secuestros y muertes

En España se estaba viviendo una oleada alarmante de casos de secuestro y asesinado de niñas y adolescentes. En 1991, además del caso de Laura, desaparecieron dos niñas de 9 y 12 años en Huelva y Plasencia y un niño de 13 también en Huelva. En 1992 también fue Castilla y León foco del mapa de esta violencia con los caso de Virginia Guerrero y Manuela Torres, en Palencia y de Leticia Lebrato, en Valladolid; todas ellas jóvenes entre 15 y 17 años.

Pero el caso más mediático por la parafernalia y espectáculo televisivo que se le dio fue el de Miriam García, Antonia Gómez y Desirée Hernández, las niñas de Alcácer. En Castilla y León fue una etapa complicada. Aún se recuerda en Burgos y Valladolid al violador del ascensor, Pedro Luis Gallego. Este hombre asesinó a la burgalesa Marta Obregón en enero de 1992 y a la vallisoletana Leticia Lebrato, en diciembre de ese año, en Viana de Cega.

El Norte de Castilla publicaba el 13 de julio de 1995 que la Audiencia Provincial de Burgos condenaba a «Pedro Luis Gallego, conocido como el violador del ascensor, a 50 años de reclusión por el rapto, violación y asesinato de Marta Obregón, ocurrido en Burgos en enero de 1992». El análisis comparativo del ADN confirmaba «que el resto de sangre hallado en un calcetín que llevaba puesto la víctima coincide con la identidad genética del asesino».

En esta ocasión sí que sirvió la prueba de ADN que en el caso de Laura Domingo no fue posible. En la edición de El Norte, del 15 de noviembre de 2013 se resume también que ' violador del ascensor ', en total «fue condenado a 273 años, 2 meses y 16 días de prisión por las muertes de Leticia Lebrato y Marta Obregón y por 18 violaciones, aunque se cree que pudo cometer 52 solo en Valladolid y 11 en Salamanca».

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