Carlos de la Sierra abre su alma en 'Un callejón oscuro'
El escritor burgalés regresa a la patria de su infancia, adolescencia y juventud, con una media sonrisa, desde el banco de la plaza de la edad madura para reflexionar sobre el paso del tiempo y sus consecuencias
Escucho a Camille Saint-Saëns y su 'Danse Macabre', casi aconsejado por el autor del libro en sus primeras páginas, mientras leo el viaje a Ítaca de Carlos de la Sierra. Los balanceos de las cuerdas en la composición del músico francés son la mejor compañía para otro viaje, el que el autor realiza al submundo de los recuerdos que se anclan en la niñez; que se expanden en la juventud y que se resumen en un juego de luces mirando al horizonte, en la madurez de la vida.
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La luz del túnel, esa lámpara blanca del final, se atina en el horizonte. Aún no es tiempo de ella; sí de reverdecer aquellas vivencias que 'Un callejón oscuro' hace sobrevolar y mecer en el tiempo para ofrecer al lector la experiencia de aquel que observa todo lo vivido, y que lo ofrece, para que lo deguste a media luz mientras cocina a fuego lento su vida.
Carlos de la Sierra es un pasajero errante en el tren de la vida. Un tren que es esa ciudad por la que deambula y otea en cada departamento con los ojos curiosos del niño que vivió a la sombra de la Catedral en una casa con seis bocas que alimentar «en una familia muy modesta». Curioso hasta el respeto, De la Sierra salpica 'Un callejón oscuro' de mucha nostalgia y una pizca de dolor enmascarado en anécdotas y sucedidos.
Hay un pasaje en esta historia que marca la vida del autor. Apenas con 16 años se da de bruces con una realidad política alejada del clima de sosiego social y de falsa paz con las que el Régimen adornaba la realidad. Un 12 de octubre, la Hispanidad, y una bandera de colores, rojo, verde y blanco que ondeaba en la «mismísima y sacrosanta» Catedral. La ikurriña, que en 1967 sólo los vascos y navarros sabían de ella, ondeaba en el mástil de un pararrayos.
Y también rellena los espacios entre líneas y párrafos con la esperanza de que los mejor está por venir. No es baladí que Carlos relate en este texto la primera vez que sale de España y su descubrimiento de que más allá de la sombra de la Catedral de Burgos hay una luz diferente: «Yo me voy hacia Alemania, pero me paro en París donde llego justo en mayo del 69». Y descubre otro mundo que se abre al margen de la luz oscura del colegio Hispano Argentino y de la Escolanía de los niños cantores. «De repente te das cuenta de que hay otro mundo», tanto en Francia como en Alemania donde conoce a los primeros sindicalistas.
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Carlos descubre con la lectura su filosofía marxista, «un odio feroz a la dictadura» y un desprecio hacia la Iglesia de la que no quiere «saber nada». Opta por el sindicalismo de clase y por una vida humilde, cercana a los problemas de la gente, comprometida desde su trabajo y su familia y desgastada en defender las libertades y la justicia social. Y por escribir. «Empecé ya tarde, con 30 años y de repente me di cuenta que es que no sabía escribir, pero no sabía escribir porque no sabía leer y no sabía leer porque no entendía lo que me lo que me decían o sea me di cuenta en qué nos habíamos convertido».
'Un callejón oscuro' es una buena oportunidad para deleitarse con la lectura en el Día del Libro que llenará este miércoles 23 de abril las calles de libertad.
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