La cocaína prospera a lomos de la pobreza en el corazón de Marsella

Cada vez más numerosos y más precarios, los consumidores son omnipresentes en el corazón de este puerto mediterráneo. Deambulan o yacen en aceras, portales o estacionamientos, inyectándose cocaína o fumando crack

BC

Domingo, 20 de julio 2025, 13:40

Son las nueve de la mañana y cerca del ajetreado puerto de Marsella, dos operarios municipales recogen jeringuillas del suelo con largas pinzas, en una escena que refleja el grave problema con las drogas de la segunda ciudad francesa.

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Cada vez más numerosos y más precarios, los consumidores son omnipresentes en el corazón de este puerto mediterráneo. Deambulan o yacen en aceras, portales o estacionamientos, inyectándose cocaína o fumando crack.

Antes punto neurálgico de la ruta llamada «Conexión francesa» que introducía heroína a Estados Unidos, Marsella no consigue deshacerse del próspero negocio del narcotráfico que sigue bien arraigado en su ciudad.

A mediodía, a dos pasos del popular Puerto Viejo de Marsella, un hombre yace tendido frente al garaje subterráneo de un centro comercial. De su brazo derecho cuelgan dos jeringuillas.

«Ves cada vez más jóvenes y mujeres», dice Youcef Mahi, celador de un edificio de la zona. «Yo no lo juzgo. Somos testigos de la desesperación».

En dos años, el presupuesto municipal para limpiar jeringuillas y otros materiales vinculados al consumo de drogas se ha multiplicado por seis, hasta llegar a los 152.000 euros (177.000 dólares).

Antoine Henry, director de la asociación ASUD, calcula que «unos 2.000 usuarios viven en las calles del centro de Marsella, la mayoría sin casa ni ingresos, a menudo con infecciones, sin acceso a subvenciones, a veces indocumentados».

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Es el doble que hace dos años, asegura. Atribuye este aumento a la «precarización general» de la metrópolis más pobre de Francia, pero también a la proliferación de pequeños puntos de venta en el centro urbano.

Son puestos dependientes de las principales redes de venta, operativos 24 horas al día y cerca de los consumidores más vulnerables, que pueden comprar la dosis de cocaína a unos 10 euros (11,60 dólares).

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En la entrada de una céntrica callejuela, un joven vigía ha tomado posición a unas decenas de metros de la Canebière, la principal arteria de Marsella, y de su cuartel general de la policía.

Es en esas calles que vive Zohra cuando no está en prisión. La mujer de 36 años, cuyo nombre se modificó por motivos de privacidad, está gravemente enferma.

Está a pleno sol, pero no deja de temblar debajo de su chaqueta. Asegura que «le regalan» la cocaína que se inyecta, pero que no fuma crack porque «te vuelve loca».

Asustada, Zohra se esconde de todo el mundo: de la policía, de los médicos y de los traficantes que se disputan la zona en tiroteos y reyertas.

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Joachim Levy se la encuentra a menudo en sus rondas con la asociación Nouvelle Aube (Nuevo Amanecer). Incansable, siempre la intenta convencer para que acepte un tratamiento médico: «Si no, vas a morir aquí».

Este trabajador social, al que muchos conocen como «Jo», continúa su recorrido por el centro de Marsella.

A los pies de otro edificio, se para con uno de las decenas de grupos que abundan en el barrio. Uno «cocina» el crack con cocaína y amoniaco. Otro apila medicamentos.

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De su mochila, «Jo» saca jeringuillas empaquetadas, pipas, toallitas desinfectantes y bicarbonato, «menos nocivo» que el amoniaco.

Una mujer joven, con zapatillas relucientes, una falda ajustada y un bolso de mano, dobla la esquina de una escalera y aborda a Levy. Le cuenta que su deuda no deja de crecer y que vive temporalmente con su hijo «en casa de un ex».

«Antes fumaba, esnifaba un poco. Luego empecé con el crack y me estoy dando cuenta de que estoy cayendo en él...», explica. Levy le responde que lo llame «en cualquier momento».

El mayor problema para la gente en esta situación no es el consumo de drogas, dice Levy. «Es la pobreza, el aislamiento, la violencia callejera, los problemas de salud mental... Esto es por lo que debemos empezar», afirma.

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En su opinión, una «solución excelente» para alguno de estos problemas serían espacios de consumo supervisado donde los usuarios puedan tomar su droga de forma segura.

Aunque algunos las denuestan como «salas de pinchazos», instalaciones de este estilo funcionan en otros países cercanos como Alemania, España o Países Bajos.

Pero en Francia solo existen dos establecimientos experimentales en París y Estrasburgo, cuyo funcionamiento fue evaluado por el Inserm, el instituto de salud e investigación médica.

«Todos los estudios científicos, en Francia y afuera, han demostrado la utilidad de estas instalaciones», afirma Perrine Roux, directora de investigación del Inserm.

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«Pero nadie presta mucha atención a la ciencia y eso es muy preocupante», agrega.

El Ministerio de Interior canceló el año pasado un proyecto para abrir un espacio similar en Marsella tras las quejas de algunos residentes y de políticos locales.

En cambio, la prefectura regional anunció el jueves un plan contra el narcotráfico centrado en el despliegue adicional de unidades de policías y antidisturbios «para dar un golpe a los puntos de venta» y la instalación de 310 cámaras de seguridad.

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En la céntrica plaza Belsunce, donde los operarios municipales recogían de mañana las jeringuillas dejadas por los drogadictos, la fuente ha dejado de funcionar.

Una vecina del lugar no esconde su satisfacción. «Ahora que ya no hay más agua para ellos, a lo mejor veremos menos drogatas», celebra.

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