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Sergio Ramos, Isco, Rodrigo y Koke, abatidos tras la eliminación ante Rusia. Reuters
Levantarse y reinventarse

Levantarse y reinventarse

El fracaso en el Mundial, una decepción que nadie imaginaba en los términos en los que se ha producido, obliga a abordar con urgencia un cambio de ciclo en la selección

JON AGIRIANO

Enviado especial. Krasnodar

Lunes, 2 de julio 2018, 12:27

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El pasado 7 de julio, cuando viajó de Madrid a Krasnodar, España no admitía dudas y transmitía ilusión. Era una de las selecciones más solventes del mundo. Sin discusión, una de las favoritas al título en Rusia. Apenas un par de meses antes, había bordado una primera parte magnífica ante Alemania en Dusseldorf y, unos días después, pulverizó en Madrid a Argentina. Estos dos amistosos fueron el colofón a dos años, con una fase de clasificación para el Mundial de por medio, durante los cuales el equipo de Lopetegui solo emitió señales positivas. La Roja no era la misma del ciclo glorioso, no podía serlo porque el paso del tiempo había obligado al relevo generacional, pero había vuelto al carril de la excelencia tras el descalabro del Mundial de Brasil y la decepción de la Europa de Francia.

Este 2 de julio, en el camino de regreso hacia Madrid, España era un mar de dudas y transmitía una decepción corrosiva. El Mundial había acabado siendo una experiencia traumática, un fracaso que nadie podía imaginar. Y no estamos hablando del hecho de caer en octavos de final. Eso puede suceder de muchas maneras, incluso con grandeza. Estamos hablando de que, en cuatro partidos en Rusia, España solo aprobó -y raspado- ante Portugal. Lo sucedido luego con Irán, Marruecos y la Rusia de Cherchesov, una de las peores Rusias que se recuerdan, ha sido un desastre. Quizá lo haya, pero no se recuerda un equipo más flojo que haya apeado a España de un Mundial, ni siquiera la Corea del Sur de 2002 que necesitó el buen hacer de Al Ghandour.

Un contraste tan agrio entre las expectativas existentes y la cruda realidad no es fácil de digerir. Y tampoco de explicar. La pregunta ha quedado ahí, suspendida en el aire, como un balón que no quisiera caer. ¿Qué ha pasado? O planteada de otra manera. ¿Cómo ha sido posible que un equipo se haya descompuesto de tal manera y, en apenas un mes, haya pasado de suscitar la admiración general a ser tan aburrido, denso y previsible?

La cuestión de Lopetegui

Cualquiera que busque una respuesta coherente debe plantearse la cuestión de Lopetegui. Perder a su entrenador a dos días de comenzar una competición solo puede ser negativo para un equipo, salvo que hayan sido los propios jugadores quienes hayan provocado su destitución por los motivos que sea. No ha sido el caso. El cambio Lopetegui-Hierro es evidente que no ha traído nada bueno a La Roja. Para empezar, porque existía una gran diferencia entre ambos en lo que se refiere a conocimiento del grupo y de los rivales en el Mundial. A la hora de la verdad, al malagueño le ha quedado dos tallas grande el traje que le hizo Luis Rubiales. Y en segundo lugar, por la inestabilidad que provoca siempre en un grupo humano, se quiera o no, el cambio repentino e imprevisto de la autoridad competente.

Dos años seguidos escuchando a la misma voz de mando hablar de un objetivo y perderla de repente no es agradable. Será cuestión, por tanto, de pedir responsabilidades a Florentino Pérez y al propio Julen Lopetegui que, sin encomendarse a nadie, buscando su propio beneficio personal, a dos días del debut en el Mundial, desestabilizaron a la selección con la carga de profundidad de ese fichaje inesperado. Si eso lo hubiera hecho el presidente de cualquier otro club -y no digamos nada el del Barcelona- habría tenido que exiliarse.

Dicho todo esto, no es fácil creer que la cuestión de Lopetegui haya sido decisiva, el detonante de este doloroso fracaso en el Mundial que nadie imaginaba. Básicamente, porque un entrenador es un entrenador, no un ser providencial, mezcla de adivino, sanador y demiurgo. Hay que ser muy inocente para creer que, con Lopetegui en lugar de Hierro, los jugadores claves de la selección no hubieran mostrado el lamentable estado de forma que han exhibido. ¿Quienes en estos partidos han parecido unos ancianos reumáticos hubieran sido Fred Astaire bailando claqué hasta por encima de los sofás con el técnico de Asteasu? Eso no se lo cree nadie.

Una columna vertebral fundida

La clave de lo ocurrido, de este bodrio de Mundial en el que cada partido de España ha sido peor que el anterior, ha sido que nadie había reparado en que la columna vertebral de este equipo había llegado a Krasnodar fundida y sin demasiado apetito. Y si alguien con una buena información -esto no son cosas para especular- había reparado en ello, no se atrevió a intervenir con la urgencia y contundencia que la situación requería. Porque la cosa era muy grave.

Hablamos de un portero, De Gea, hecho un manojo de nervios. El hombre ha batido un récord mundial: encajar once de los doce disparos que le han hecho entre los tres palos, incluidos los cinco penaltis de Rusia. Hablamos de un lateral derecho cambiante en el que Carvajal no ha aportado nada y no ha justificado la espera que se le ofreció. De dos estandartes como Ramos y Piqué, una de las mejores parejas de centrales del mundo, que han ofrecido un nivel penoso y han cometido errores de principiantes y sobradas imperdonables. De un Jordi Alba poco preciso, de un Silva inexistente, de un Isco aturullado, de un Iniesta declinante. Diego Costa, por su parte, se va con tres goles y mucho trabajo, pero es evidente que solo encaja con calzador en el estilo de España. Por otro lado, la dos apuestas puntuales de Hierro, Lucas Vázquez contra Irán y Asensio contra Rusia, han sido un fracaso absoluto.

La realidad es que nadie ha mostrado su verdadero nivel de juego. Es más, la mayoría ha ofrecido una versión pobrísima, como si se hubiera producido un diabólico efecto dominó que ha arruinado el fútbol de la selección hasta convertirlo en lo que se ha visto en los tres últimos partidos ante rivales muy inferiores: un anestesiante ir y venir a ninguna parte, el juego de toque llevado a su peor caricatura que es la retórica vacía, el manoseo inane del balón. Lo dice todo que España haya creado tan poquísimas ocasiones en sus duelos con Irán, Marruecos y Rusia. O que Sergio Ramos, el gran jefe del equipo, batiera ante Rusia el récord de pases de un jugador en un partido de un Mundial. La mayoría de ellos, intrascendentes. La Roja, en fin, ha dado una imagen pobrísima y ha aburrido hasta a las ovejas eléctricas con las que sueñan los androides.

Nuevo ciclo

No es fácil sacar el bisturí en un equipo como España. Y menos siendo un seleccionador interino, un hombre al que Luis Rubiales se encomendó porque no tenía otro cerca y necesitaba una gran figura del fútbol español para pasar el trago del Mundial. Cuando una selección dispone de grandes futbolistas, campeones con una larga carrera y una sólida reputación, tocar esa especie de ecosistema sagrado que se crea a su alrededor es muy delicado. Tanto que, en la mayoría de los casos, los entrenadores acaban prefiriendo morir con sus figuras que retirarlas. Lo hemos visto en este Mundial con Joachim Löw.

Hierro se atrevió en el último partido con Iniesta, que era un blanco fácil porque no es jugador que se le vaya a enfrentar. Pero con nadie más. Nunca se sabrá si Lopetegui hubiera sido más firme y drástico en su intento de que el juego de España adquiriese el punto de chispa, velocidad, ambición y sangre en las venas que necesitaba para evitara un ridículo como el que se ha producido. Tendrá que hacerlo el próximo seleccionador. Suya será la responsabilidad de iniciar un nuevo ciclo en La Roja. Se va Iniesta, también Piqué, quién sabe si Silva, Busquets irá poco a poco declinando.. . Los tiempos van a cambiar. El impacto del gran Barça en la selección va a pasar a ser historia. Gloriosa, pero historia. Ha llegado el momento de volver a empezar. De levantarse y reinventarse.

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