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EN LA MENTE DEL PSICÓPATA

Están más capacitados que nadie para llegar al poder. Son crueles, camaleónicos y no sienten muchos escrúpulos

JAVIER GUILLENEA

Miércoles, 3 de enero 2018, 12:55

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Qué tipo de persona es capaz de hacer lo que dicen que hizo José Enrique Abuín, ‘El Chicle’? Se le acusa de haber estrangulado a Diana Quer porque se resistió cuando en agosto de 2016 trató de violarla. Año y medio después, el cadáver de la joven ha aparecido en el interior de un pozo de una nave industrial situada cerca de Rianxo, el municipio gallego donde vivía el agresor. ‘El Chicle’ tiene antecedentes por tráfico de cocaína, no era trigo limpio y muchos lo sabían. Fue detenido el 29 de diciembre después de intentar secuestrar a una chica. Es fácil pensar de él que es un psicópata. Lo difícil es opinar lo contrario, que la personalidad de Abuín es más común de lo que parece. Y es eso lo que asusta, da miedo reconocer que ‘El Chicle’ puede ser uno de los nuestros.

«Cuando encontramos un hecho sin explicación lo primero que pensamos es que su autor es un enfermo mental y eso es algo injusto que multiplica el estigma de la enfermedad», afirma Jerónimo Saiz, jefe de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal de Madrid. «Confundir maldad con enfermedad es un error», insiste. Abuín no es oficialmente un psicópata, eso lo tendrán que diagnosticar los psiquiatras y sobre ello se debatirá sin duda cuando sea juzgado. Será entonces cuando se intente determinar en qué lugar de ‘El Chicle’ anida el mal.

Un guardia civil traslada al presunto autor del asesinato de Diana Quer.
Un guardia civil traslada al presunto autor del asesinato de Diana Quer. Efe

Se calcula que en España hay más de un millón de psicópatas puros, de los de manual, y cinco millones de psicópatas integrados, mucho más difíciles de detectar y que se desenvuelven con soltura allí donde hay poder, como en el mundo empresarial y político. Los puros son relativamente sencillos de detectar. «Presentan tendencias agresivas, o manipuladoras, o dañinas, que asumen de una forma consciente, sin autocrítica ni autorreproche. Es su sistema ético lo que está sustancialmente distorsionado con respecto a las normas sociales y morales globalmente consensuadas. Estas personalidades pueden ser inteligentes y coloquialmente accesibles en el contacto interpersonal, pueden ser sociables y bajo una simpatía superficial ocultan sus tendencias malignas. También, en el polo opuesto, pueden ser retraídos, circunspectos y desconfiados», afirma Leopoldo Ortega-Monasterio, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Forense.

Psicópatas puros son José María Maciá, que en 2005 mató en Elche con una maza a su esposa y a sus dos hijos, o José Manuel Rubio, que en 2001 asesinó a cuchilladas a su mujer y a sus tres hijos en Tuéjar (Valencia). Los expertos no están tan seguros con José Bretón, quien en 2011 mató a sus dos hijos en Córdoba. De él se destacó su carácter manipulador, su frialdad y su personalidad camaleónica, uno de los signos distintivos de los psicópatas integrados, los que en principio no llegarán a matar a nadie pero dejarán huella a su paso. «Un psicópata violento es un psicópata raro, la mayor parte de ellos no necesitan recurrir a la violencia», asegura la psicóloga Inmaculada Jáuregui, que ha publicado un artículo en el que advierte del creciente aumento de psicópatas integrados y llama la atención sobre lo poco que se sabe de ellos. «Casi todos los estudios se llevan a cabo entre la población carcelaria, ese es el problema, que solo se estudia la vertiente criminal, pero si se hiciera un estudio entre la población normal se nos pondría la carne de gallina».

Hallar rasgos distintivos en un psicópata integrado es una tarea complicada. Quizá lo que más destaca de ellos es su excesiva normalidad, al menos de cara al exterior. «Son miméticos, hacen lo que hace el mundo normal y copian los valores de los demás; mientras que el violento suele ser más asocial, el integrado es más narcisista, es camaleónico», afirma Jáuregui.

Éxito social

«El concepto de psicópata no se corresponde necesariamente con el de asesino, muchos de ellos simplemente manipulan, son dominantes, parasitarios, y de una u otra forma dañinos para sus congéneres, pero sin llegar al asesinato. De hecho hay psicópatas a los que su propia perversidad y el sentido maquiavélico de la manipulación les permite ostentar responsabilidades de poder dentro de la estructura social», asegura Ortega-Monasterio. Su buena imagen social contrasta con lo que en muchos casos sucede de puertas adentro. «Tienen una cara oculta que solo ve la persona que vive con él. Un psicópata integrado puede comportarse de forma muy cruel con su pareja sin que nadie lo detecte porque para los demás es un marido amoroso. Engaña a su entorno y hace ver a los que le rodean que es maravilloso». Mientras sucede esto, dice Jáuregui, esta persona «usará un goteo sicológico contra su pareja. Pero si nota que su víctima se da cuenta de lo que ocurre y pretende alejarse de él, puede llegar a recurrir a la violencia».

Inmaculada Jáuregui habla de una pandemia. A su juicio, el aumento del número de personas con psicopatía integrada se debe al hecho de que «en la sociedad prevalecen los valores psicopáticos», hasta el punto de que hay una corriente de investigadores que observan este incremento desde el punto de vista evolutivo. «Este tipo de personas son los que socialmente se adaptan mejor al capitalismo», dice la psicóloga. Desde este punto de vista, los psicópatas son unos triunfadores en la sociedad actual. Como dice Ortega-Monasterio, «su astucia y carencia de escrúpulos pueden ayudarles a ascender en la escala social».

Puede ser que José Enrique Abuín no sufra ninguna enfermedad mental, que su maldad sea un rasgo natural de su carácter. Julio Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, recuerda que «no es necesario tener un problema mental para cometer un crimen». «A un asesino que demuestra maldad y frialdad se le puede calificar de muchas maneras y una de ellas es la de psicópata», explica Jerónimo Saiz.

Calificar de enfermo mental a un asesino no es sino un gesto de autoprotección social. «Al hacer ese diagnóstico decimos que nosotros no somos así, pero sí que lo somos, buscamos chivos expiatorios para quedar bien», señala Inmaculada Jáuregui. «Es una manera de mitigar el horror que nos produce ese tipo de noticias», coincide Jerónimo Saiz. Una forma de ver en otros la locura que tenemos a nuestro lado.

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