Paula y Judith esquilan con su padre, Miguel Ángel, de quien aprendieron el oficio que él aprendió de su padre y su abuelo. BC

La familia de esquiladores que vivió el declive del oficio en Burgos

Miguel Ángel es de Los Balbases, aprendió el oficio de su padre y su abuelo. Paula es su hija, aprendió el oficio de él y le ayudó con los últimos clientes. Hará unos ocho años que no esquilan. La cabaña de ovino disminuyó, los clientes se jubilaban, no había relevo. Pero Paula y su hermana han demostrado su destreza ganando campeonatos de esquileo

Sábado, 29 de abril 2023, 09:08

Desde 2008 hasta 2021 el número de ovejas en la provincia de Burgos ha pasado de 282.061 animales a 159.548, lo que supone que la cabaña ganadera de ovino se ha reducido un 43,44 %. Aun así, estas ovejas precisan ser esquiladas. El oficio de esquilador, en desaparición en la provincia, se hace ahora por personas que llegan del este de Europa, sobre todo Polonia, o desde Uruguay y Argentina.

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Y es ahora, en abril, cuando estos animales precisan un 'rapado' para la retirada del vellón. A comienzos de la primavera, con la llegada del calor, es también la llegada de los esquiladores a las granjas y explotaciones de ovino. Hay que despojar a los animales de la lana que les ha protegido de las bajas temperaturas durante el invierno. Una lana que puede pesar entre tres y cinco kilos, en función de si la oveja es macho o hembra.

El esquileo no solo es una profesión fundamental para la comodidad de las ovejas. El saneamiento es otra parte intrínseca de esta labor. El esquileo evita enfermedades e infecciones entre estos animales. Con la retirada de la lana se previene la tiña, la dermatitis, la sarna, pulicosis…

Pero el esquileo también fue una profesión fundamental para la provincia de Burgos. En muchos pueblos de la provincia muchas familias obtenían importantes ingresos de esta actividad y con la venta de la lana. En la actualidad, es muy difícil encontrar un esquilador burgalés. Por ello, acuden de otros países. Comienzan su labor por el sur y van subiendo hacia las explotaciones ganaderas del norte.

Cómo era el oficio

Miguel Ángel Martín Salcedo es un esquilador retirado de Los Balbases, él conoció los años buenos de la profesión, el paso de la tijera a la maquinilla eléctrica, pero también el declive, la desaparición de clientes. Hasta que hace ocho o nueve años dejó de esquilar.

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Su historia es parte de la historia de la provincia. Conocer su experiencia es adentrarse en una parte del pasado burgalés que ya solo podemos conocer mediante los testimonios. Pero, además, Miguel Ángel pertenece a una saga de esquiladores. Su padre esquilaba, también su abuelo, de ellos aprendió la profesión. Una profesión que ha legado a sus hijas, Paula y Judith Martín Infante. Unas 'rara avis' en el mundo del esquileo.

Foto antigua de los familiares de Miguel Ángel esquilando. BC

Paula conoce la práctica del esquileo de familia, por supuesto, pero no se ha dedicado profesionalmente a ello. Tanto ella como su hermana ayudaban a su padre cuando lo necesitaba. Ellas tenían su trabajo y había fines de semana en la temporada de esquileo que ayudaban a Miguel Ángel o cogían vacaciones para ayudarle en los momentos de más actividad. Eso sí, han competido en concursos de esquileo y tienen la casa llena de trofeos.

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Pero Miguel Ángel conoce la profesión desde pequeño. Comenzó a esquilar a tijera, con su padre, desde los 11 años casi, y siguió haciéndolo «hasta que el trabajo se acabó. Esquilaba ovejas, pero también mulas y burros», recuerda.

Miguel Ángel señala que el esquileo conlleva una temporada de vida nómada. Recuerda este esquilador que comenzaban por el sur de Castilla y León, Zamora, Alaejos, Peleas, Salamanca, Valladolid y seguían para el norte, en la provincia de Burgos, Santander, Bilbao. «Acudías algunos días a casa, pero era un trabajo continuo. Los ganaderos te dejaban una casa y allí te quedabas. La temporada de esquileo comenzaba en abril y pasabas varios meses fuera de casa. Acudías algunos días al pueblo, pero había que aprovechar. Desde por la mañana hasta la noche porque había que seguir a otras granjas. Era un trabajo esclavo. Antes había mucho más ganado que ahora», explica.

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Los coletazos finales

Pero hace ya unos ocho o nueve años que Miguel Ángel no esquila. El trabajo comenzó a bajar y se dedicó a otra cosa a tiempo completo. «Comencé a esquilar con mi padre y lo compaginaba con otro trabajo, porque la temporada de esquileo solo duran unos meses. En algunos casos puntuales sí esquilábamos dos veces al año», recuerda.

Las hermanas ayudaron a su padre en el oficio con los últimos clientes. BC

Aunque el trabajo comenzó a bajar, Miguel Ángel seguía manteniendo algunos clientes de confianza. «A nosotros nos llamaban los clientes, no se marchaban, y hasta que estos no se jubilaron seguimos prestando el servicio. Hemos trabajado bien y para muchos ganaderos», recuerda. «Creo que actualmente no hay ningún esquilador en activo en la provincia ejerciendo el trabajo como hacíamos nosotros, recorriendo explotaciones ganaderas», lamenta Miguel Ángel.

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Este esquilador ha sido testigo de la práctica desaparición de un empleo en la provincia. «Ahora acuden esquiladores del este de Europa, hacen como mi padre y yo hacíamos, vienen a España y comienzan a esquilar del sur hacia el norte». Cuando Miguel Ángel esquilaba confluían tres generaciones de esquiladores que aprendieron la profesión como un legado, él, su padre y su abuelo.

Paula y Judith, las últimas esquiladoras

Y aunque hace unos ocho años que no esquila y la carga de trabajo disminuyó tanto que el relevo generacional no podría subsistir con la profesión, sus hijas aprendieron el oficio. «Los clientes que teníamos en la provincia y cerca los mantuvimos, pero cuando se han jubilado, no ha habido relevo tampoco en la ganadería», explica.

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Cuatro generaciones de esquiladores formaban esta familia. BC

Paula y su hermana se unieron a ayudar a su padre con los últimos clientes, «acudíamos a algunas explotaciones de Burgos y algunas de Santander. Íbamos los fines de semana porque también teníamos nuestro trabajo. Intentábamos compaginarlo, hacíamos coincidir algunos días de vacaciones con el esquileo para ayudar a nuestro padre. Pero son temporadas muy esclavas y cansadas. Son meses de trabajo continuo», recuerda Paula.

Ella aprendió a esquilar viendo a su padre. «Probé, me gustó y empecé. Las ovejas no se quedan quietas, por eso se atan. Se mueven mucho y te hace unos moratones enormes en las piernas. Hay que tener fuerza porque los animales la tienen. No son como un perro que lo llevas por donde quieres. Además, es que son animales muy cabezotas», señala Paula. Así, el padre, heredero de una profesión adquirida por su familia, esquilaba con sus hijas, unas mujeres que han conocido el pasado que las ha traído hasta aquí. Unas mujeres que poseen el conocimiento de una profesión que sus hijos aprenderán también, pero por fotografías. Miguel Ángel conserva muchas fotografías del esquileo. Tanto antiguas como más recientes y un cuaderno de todos los sitios en los que ha esquilado.

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Los campeonatos de esquileo

Entre esas fotografías encontramos muchas de los campeonatos de esquileo a los que han acudido estas hermanas esquiladoras. El más cercano, el que se celebraba en Salgüero de Juarros. Pero también han ido a concursos en Santander, Bilbao, Salamanca o la propia ciudad de Burgos.

A Miguel Ángel se le nota en la voz y la expresión el orgullo de que sus hijas hayan aprendido su profesión y, por supuesto, el de verlas ahí, en esos concursos, con mayoría de hombres y ganando trofeos por desempeñar ese oficio que él les enseñó.

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Miguel Ángel es un esquilador orgulloso de que sus hijas aprendiera su oficio. BC

«Era raro ver a mujeres esquilando. El primer año que acudimos a Salgüero no había, luego sí participó alguna más», recuerda Paula. Fue Miguel Ángel el que animó a sus hijas a mostrar sus habilidades en estos concursos. «Les daba vergüenza al principio, pero ganaban. Me hizo mucha ilusión que quisieran aprender el oficio. Y es que, además, ganaban. Tenemos muchos trofeos en casa. Y competían con gente de todos los sitios», recuerda Miguel Ángel.

«La primera vez que competimos teníamos muchos nervios porque, además, es que yo soy muy nerviosa», reconoce Paula. «Había esquiladores de todos los puntos y éramos las únicas mujeres y jóvenes. Fuimos al campeonato simplemente a verlo y no pensábamos competir, pero mi padre nos animó», asegura.

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«Da pena que se pierda el oficio, pero es que no hay ni ovejas. De las que esquilábamos nosotros a las que hay ahora…», reflexiona Miguel Ángel, quien enseñará el oficio a sus nietos por las fotografías que conserva. «Me gustaban mucho esos concursos de esquileo, porque te juntabas con gente del oficio, recordabas momentos y también son fundamentales para darlo a conocer, para que se sepa cómo era un oficio tan importante para la provincia y para mantener el ganado que nos alimenta», añade Miguel Ángel.

Fotografías de recuerdo del oficio que atesora la famiila. BC

El tiempo y el cuidado

A Paula no le costó aprender a esquilar a máquina. Empezó a probar con 11 años, «iba al pueblo, lo veías, sentías curiosidad, probabas y hasta que te picabas», recuerda. Eso sí, reconoce que sentía algo de «miedo». Pensaba que podía cortar a la oveja. «Tienes que pasar la máquina al ras. Te da miedo cortarla y es que la oveja se está moviendo continuamente. Acaba con moratones en las piernas», explica. Aún así, ahí seguía, ayudando a su padre y ganando concursos junto a su hermana.

«El trato que das al ganado es fundamental, tanto en los concursos como en la profesión. Parece que en los campeonatos solo se cuenta el tiempo, pero no es así», explica. Recuerda que a los ganaderos no les importaba tanto si tardaban más o menos como el trato que se diera al ganado. «Si tú terminas antes, acabas y te vas a otra explotación, pero corres el riesgo de perder a ese cliente porque no lo has hecho bien. Las heridas se pueden infectar y tardar en curar. Pinchar a la oveja en una vena puede ser mortal», matiza Paula.

Así que tanto en el trabajo como en los campeonatos se tiene en cuenta la rapidez, pero también la cortada, que quede bien, que no haya escalones. También se evalúa el trato, que no se golpee al animal, que no se le haga ningún corte.

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