Romper una lanza
Más allá del error humano, lo que no hemos visto desde casa, confinados, ha sido la presión asistencial y psicológica a la que se han visto sometidos nuestros médicos
Estos días han saltado a la opinión pública algunas historias, con nombres y apellidos, de quienes han protagonizado la otra cara de la pandemia. Estos terribles casos son los «daños colaterales» del colapso de un sistema sanitario que creíamos más sólido de lo que era en realidad.
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Ha hecho falta una crisis sanitaria sin precedentes para evidenciar las carencias de un servicio esencial, la Sanidad. Y ahora que hemos puesto rostro al drama, nos asaltan las dudas y la rabia pero, sobre todo, la desconfianza. Sin embargo, atacar a los profesionales es, si me lo permiten, injusto. Más allá del error humano, lo que no hemos visto desde casa, confinados, ha sido la presión asistencial y psicológica a la que se han visto sometidos nuestros médicos.
Y no solo en los hospitales. Atención Primaria, (no lo olvidemos que es la puerta de entrada de la covid y el retén para contenerlo) ha sufrido una tensión nunca antes vista, los facultativos llevados al límite. Tampoco hay que pasar por alto que, como en todos los sectores, hay grandes profesionales y otros que no lo son tanto y que en este ámbito un mal profesional puede costar la vida.
Pero veamos la situación real que han vivido ellos, en sus consultas: Una doctora me explicaba que realizar el seguimiento a los pacientes covid aislados en domicilios, acudir a llamadas en viviendas, rastrear a los posibles contagios y continuar con la labor de consulta por vía telefónica -que además ha llevado a muchas personas a llamar demasiado a menudo solo para desahogarse con su doctor- ha sido literalmente, «una pesadilla».
Las conversaciones telefónicas con el médico deberían servir, como dijo la consejera de Sanidad, Verónica Casado, solo de triaje. Nunca pueden sustituir a una cita presencial y exploratoria. Pero, en este caso, lo que está fallando son los medios de los que carecen nuestros profesionales.
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Es difícil no cometer errores cuando se trabaja en tensión durante un periodo tan prolongado de tiempo. Para Sanidad debería ser inadmisible asumir una cifra tan elevada de casos de personas enfermas que han fallecido desatendidas o abandonadas por el sistema porque, fuera covid, no había espacio para nada más.
Han pasado ya varios meses desde que estalló la emergencia sanitaria, tiempo suficiente para detectar carencias, trazar un plan y para dotar de medios a las áreas más vulnerables del sistema. El abandono de los pacientes es un reflejo del abandono de los profesionales. Estamos en la segunda ola, los hospitales vuelven a llenarse y Atención Primaria lleva a cabo su labor diaria al límite.
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Hace unos días conocíamos que Italia, primero epicentro de la covid en Europa y ahora un ejemplo de contención, lleva invertidos 5 mil millones de euros en Sanidad, en camas para las UCIs y en contratos para personal sanitario. Tal vez nuestros vecinos hayan dado con la clave para sobrellevar la epidemia: inversión. Pero aquí, en nuestro país, las situaciones esperpénticas se suceden sin que nadie ponga la sensatez por bandera. Agarrémonos los machos.
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