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Juan Vicente Herrera: Entre el perdón y el trote corto

Juan Vicente Herrera: Entre el perdón y el trote corto

A Herrera lo que de verdad le gustaba era sacar de quicio a los del 'aparato'. Lo hizo en junio de 2015 con su famosa pregunta sobre si se presentaría o no a la investidura

Carlos blanco

Domingo, 31 de marzo 2019, 09:58

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Herrera se marcha. Llega el cambio de ciclo en Castilla y León sin que su herencia pueda aceptarse a beneficio de inventario. En el horizonte aparecen los casos de corrupción. Las investigaciones judiciales de la Perla Negra y la trama eólica. Esta última, cuando brille en todo su esplendor, dejará a la 'Gürtel' a la altura de un trabajo de aficionados. El presunto cobro de comisiones alcanza los 80 millones de euros. Todo para unos pocos funcionarios y empresarios.

Lo sucedido es tan grave que obligó al presidente Herrera, a mediados de 2017, a «pedir perdón por anticipado». Un hecho insólito en la vida política española. Herrera pidió perdón por unos hechos «contrarios a la voluntad de asentar al Gobierno sobre principios éticos y legales». Otros presidentes debieran haber hecho lo mismo. Aunque, en el fragor de la defensa, admitan indirectamente que la absolución está por encima de la verdad. En el caso de Herrera, lo más asombroso es que hasta el último momento ha puesto la «mano en el fuego» por los más cercanos a los hechos. Puede ser ingenuidad, pero también estrategia.

El inventor de Juan Vicente Herrera fue Fernando Becker, un brillante economista que mediados los años 90 prestó sus servicios en la Junta de Lucas como consejero de Economía. Fue él quien fichó a un joven abogado burgalés que pretendía opositar a notarías. A Herrera eso de la política no le entusiasmaba especialmente, pero entre trabajar como asesor o memorizar el Código Civil, optó por lo primero. Pronto le tocó lidiar con el llamado caso Biomédica. Una estafa que un empresario americano intentó perpetrar a la Junta. Asunto investigado y destapado por El Norte de Castilla del que nunca más se supo. En febrero de 2001 el presidente José María Aznar cumple su promesa y nombra a Juan José Lucas ministro de la Presidencia. Su nuevo despacho en Moncloa era mucho más pequeño que el del colegio de la Asunción. Llevaba tanto tiempo preparándolo que le salió a la primera. Hizo un traspaso del poder ordenado y nombró sucesor a Juan Vicente Herrera. Todos en el PP colaboraron. Jesús Merino renunció a su puesto de secretario general regional en favor de Herrera.

Ser prudente y no levantar más recelos de los necesarios fueron las cualidades exigibles a quien debería enfrentarse a cuestiones como la transferencia de la Sanidad, la nueva financiación o los cada vez más exiguos fondos europeos. Asuntos que lejos de mejorar permanecen tan vivos como al principio. El gran éxito de esta larga etapa ha sido el Dialogo Social y la capacidad para negociar con los sindicatos la solución a las crisis empresariales. En la otra cara de la moneda la despoblación permanece como el gran problema sin solución. Precisamente una de las herramientas diseñadas para fijar población, la Ordenación del Territorio, pese a ser el principal proyecto de la legislatura, no llegó a culminarse por falta de apoyo de los socialistas y de entusiasmo del Partido Popular.

Juan Vicente Herrera, presidente de la Junta ( y del PP) durante 18 años, carece de amor reverencial a su formación política. Al menos no lo profesó tanto como ahora Mañueco, el actual presidente popular, que parece haber metabolizado al partido. A Herrera lo que de verdad le gustaba era sacar de quicio a los del 'aparato'. Lo hizo en junio de 2015 con su famosa autopregunta en Onda Cero sobre si se presentaría o no a la investidura en las Cortes regionales. Los tuvo en vilo casi un mes. Si alguien conocía la respuesta solo podría ser José Antonio de Santiago-Juárez, su vicepresidente y ahora portavoz del Gobierno. La persona que más ha trabajado a su lado estos últimos años. Fiel compañero en las iniciativas, batallas y proyectos que han planteado juntos. También en las declaraciones públicas. Tanto que es difícil establecer autorías. Es un político azote de los «profesionales de la política» que busca la sombra para trabajar. Y lo que es definitorio, siempre en segundo plano.

Saber que tu número dos no aspira a ser el número uno, solo compañero de trote corto, es un raro privilegio. Algo que no se daba desde los tiempos de Felipe y Alfonso. Sálvense la distancias, claro.

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