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Las maletas depositadas en la sala guardan cientos de secretos de la vida anterior de las monjas. JCR
Burgos Misteriosa

El secreto de las Clarisas: las maletas de Medina de Pomar

Como si fueran metáforas sueltas, el convento museo de las clarisas de Medina de Pomar guarda en una sala los secretos de la vida pasada de las monjas encapsulados en maletas y baúles, aquellos que dejaron en las dependencias del cenobio cuando profesaron amor a Cristo y respeto a la Regla Franciscana de Santa Clara de Asís

Viernes, 21 de julio 2023, 07:36

Suena de fondo el avemaría, esa sencilla oración que aprendimos de niños… «...el Señor es contigo… ruega por nosotros pecadores… amén». El piar de los gorriones y las golondrinas interrumpe la oración que recitan las monjas en su clausura y que se mantiene en el aire por los siglos. Todo es paz en Santa Clara, la morada que se preparó María Fernández de Velasco para su vida y para su eterno viaje.

Con un simple paso, penetramos en el siglo XVI. De un lado Santa Clara, del otro, la Vera Cruz. Ahí está el monasterio esperando. Todo es un remanso de paz. Y de misterio. Porque de entre todas las dependencias que tiene el cenobio hay una muy especial.

Una habitación que está llena de secretos del pasado y del presente. Una sala del museo que está repleta de maletas, baúles, bolsas de viaje. Antiguas y modernas. De toda época; desde artefactos de madera y tela hasta modernos troller samsonite.

¿Qué ocultos secretos guardan estos enseres? ¿Por qué recordar la memoria del pasado de las religiosas que han profesado y han dejado ahí su vida pasada? ¿Qué significado tiene dejar las maletas?

Muchas preguntas. Y es muy probable que la respuesta la tengamos de aplicar la Navaja de Occam: «La explicación más sencilla es la más probable». El caso es que tras las puertas de este convento, templo y panteón de Medina de Pomar se esconde el misterio.

Las monjas lo bautizaron como sala de las maletas o de los baúles. Representan la renuncia a lo mundano. Al exterior. A una vida que no sea la del convento. El visitante curioso se quedaría una vida entera en esa sala porque en ella se custodian cientos de maletas y enseres. Algunas de las piezas son de la época de la fundación del Monasterio.

La colección es única. Allí podemos encontrar arcones de toda época, desde algunos de ellos del siglo XIV hasta del XXI. ¡Cuanta vida hay en esas maletas! Miles de historias personales de estas mujeres que eligieron la vida monástica unas, otras obligadas por sus familias por ser segundonas de familia o por no querer unirse en matrimonio con alguien no deseado.

Las religiosas dejaban con su maleta una vida fuera del convento. Lo terrenal se quedaba en la tierra, la diversión, la llegada de otra vida a su cuerpo, lo banal, la seducción y sus juegos, el placer y otras cuitas profanas. Y todo para entregar sus enamorados corazones al Cristo que libró de la muerte a la humanidad. Mujeres que viven para las labores del convento y para orar, con humildad franciscana.

Muñeca con hábito franciscano. JCR
Imagen - Muñeca con hábito franciscano.

Monjas que se dicen pobres, al estilo de Francisco y Clara de Asís. Por eso su hábito es del color de la tierra; ceñido por la cintura con el clásico y conocido cordón franciscano y sus nudos que representan los votos de castidad, pobreza y obediencia a la Orden. Allí están esos hábitos y alguna tétrica muñeca que da miedo, de la que dicen fue sacada de una antigua tumba, vestida a la usanza de las clarisas. Y los paños y vestidos de los Fernández de Velasco. Y como antesala a la Sala Capitular, un mínimo campanario con el que anunciar capítulo, del que dicen que ahuyentaba las tormentas.

En esta parte del monasterio se deja ver la influencia andalusí. A la Sala Capitular se accede a través de una preciosa puerta mudéjar. El grandioso artesonado mudejar coronaba el nombramiento de la madre abadesa.

El corazón del duque

No sólo la dependencia de las maletas es misteriosa. Por alguna razón, a Bernardino Fernandez de Velasco se le enterró en un panteón de la iglesia. Allí están sus restos. Pero no todos sus restos. El duque Fernández de Velasco está enterrado allá. Pero no está su corazón que se depositó en la capilla de los Condestables de la Catedral de Burgos.

Una macabra acción pero que sin duda pudo tener cualquier trasfondo esotérico en aquella familia que dominaba el norte de Burgos y otros muchos territorios de la Castilla iniciática. Y como en toda construcción que alberga secretos, no podía faltar la extraña relación con Satanás. En la capilla de la Concepción, mandada levantar por Juana de Aragón, con arreglo a las medidas el número de Dios, está presente en el suelo, la evocación al maligno.

En la capilla trabajaron los Colonia, Juan de Rasines, Gil de Ontañon, Felipe Bigarny o Diego de Siloé y es una copia de la de los Condestables de la Catedral de Burgos. Su planta es octogonal y está coronada por una espectacular bóveda de crucería afiligranada. La reja de la capilla es de Cristóbal de Andino, realizada en 1545.

Si en la bóveda isabelina de la capilla se desparrama el universo en una metáfora divina; en el suelo, otra metáfora: los huesos de cabra incrustados entre las piedras del suelo. No es una novedad lo de los huesos de cabra, principalmente tabas y vértebras. El claustro y la sala Capitular del Real Monasterio de San Agustín en Burgos, también los tiene.

La Cratícula

En ocasiones, la realización de obras en un monasterio de este tipo depara tremendas sorpresas. Es el caso de la Cratícula que es un ventanal por el que el sacerdote da la comunión a las monjas y que separa la clausura del templo. Ese lugar lo han calificado como la capilla Sixitna del convento.

Unas obras realizadas en el año 2001 debidas a unos desprendimientos descubrieron esta estancia. Era un artesonado renacentistas con el monograma 'Jesucristo Salvador de los hombres', de una belleza impresionante.

Impresionante Cristo de Gregorio Fernández JCR

El Cristo de Gregorio Fernández

El Cristo Yacente de Gregorio Fernández es una de las piezas más importantes del monasterio de las clarisas. El Viernes Santo, la comunidad de religiosas, al caer la noche, tras los oficios religiosos, se reúnen en torno a Jesús muerto y rezan a la espera de la Pascua. En su humildad ellas dicen que es necesario «encoger el corazón para recibir el amor de Dios».

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