Cuatro décadas de fe para obrar un milagro en Torrepadre
Los vecinos, algunos incluso ya fallecidos, recaudaron dinero en pequeños aportes para evitar el derrumbe de la ermita dedicada al patrón de su pueblo
Por norma general, suelen ser los vecinos de las localidades -sobretodo del medio rural, donde el fervor religioso es más notable- los que se encomiendan a los Santos patrones y Vírgenes que guardan sus pueblos a la hora de concederles deseos, sanar a los enfermos o ayudarles en cualquier vicisitud de la vida obrando un milagro.
Pero en este caso, el de Torrepadre, han sido los habitantes de este municipio burgalés de la comarca del Arlanza los que han salvado la ermita de la Vera Cruz con sus pequeñas aportaciones.
Primero en pesetas y después en euros, la lucha por evitar el hundimiento y desaparición del templo se ha alargado cuatro décadas, tanto, que algunos de los vecinos que realizaron donaciones han fallecido con la incógnita de si el santuario podría salvarse.
Con la devoción como cimiento y la fe como herramienta, el pueblo se ha volcado con donaciones de pequeños importes, cada uno lo que humildemente podía, para financiar una reconstrucción que hoy en día es una realidad palpable.
Sin ayuda por parte de las administraciones, los vecinos muestran orgullosos los andamios que flanquean la ermita desde junio, fecha de inicio de las obras de rehabilitación que se encuentran avanzadas y que finalizarán al colocar la cubierta y arreglar el interior de la estructura.
Conjuradero
El año de construcción de este templo se ha perdido en el tiempo, aunque en el archivo municipal sí que se hace referencia en varias ocasiones al origen de la ermita, e incluso, a la posible existencia de otras cercanas pertenecientes a la misma villa.
Así, el 'Libro de Pechas' del año 1769 habla sobre un lugar en las cercanías del casco urbano donde se «leían los Evangelios» y se rezaba para que Dios alejara los peligros y bendijera los campos, como también consta en el «Libro de Cuentas» del municipio de 1618 a 1629.
A esta ubicación, según las fuentes documentales de la localidad, se la conocía con el nombre de «Conjuradero», dado que el sacerdote acudía a conjurar la lluvia, petición que también realizaban los habitantes colocando ofrendas bajo la advocación de algún santo para implorar su protección sobre ellos o sus terrenos.
Con el tiempo, de esta costumbre popular nacían los lugares donde se edificaban capillas o ermitas, generalmente de pequeñas dimensiones, las cuales cuidaban un grupo de fieles o una Cofradía que llevaba el nombre del Santo, tradición que perdura en la actualidad.
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