La resurección artística del tocón
Asombro para los transeúntes | El joven escultor italiano Andrea Gandini sorprende con sus creaciones en los muñones de los árboles talados en la ciudad de Roma
DARÍO MENOR
Domingo, 13 de junio 2021, 00:25
El rugir de una sierra mecánica rompe la delicada armonía del Jardín Japonés, una de las zonas más hermosas del Botánico de Roma, situado en la falda de la colina del Gianicolo y con unas magníficas vistas sobre la Ciudad Eterna. Vestido con un mono de trabajo y con unas gafas de protección cubriéndole parte de la cara, Andrea Gandini aplica con maestría la herramienta sobre el tronco ya muerto de un eucalipto, cuyas raíces se garran todavía bien a la tierra. A ruidosas dentelladas esculpe una cabeza de gato en el tocón mientras por el aire vuela una nube de pequeñas astillas. Una vez bosquejados los principales rasgos del animal, apoya la sierra en el suelo para empuñar un cincel de carpintero en una mano y una maza de madera en la otra. Con golpes precisos trabaja en los detalles de su escultura, hasta que el tronco fallecido del eucalipto queda convertido en una obra de arte.
«En una semana espero haberla terminado», cuenta este joven de 23 años que, tras aprender de manera autodidacta a trabajar la madera, se ha convertido en una referencia en el arte urbano de la capital italiana. Cuando tenía 17 años comenzó a realizar pequeñas esculturas de madera en un garaje hasta que, al terminársele el material, empezó a mirar con otros ojos al triste tocón en que había quedado convertido uno de los árboles de la calle después de que lo talaran. «Mi primera escultura fue un rostro. Al principio mi familia y mis amigos me decían que ni se me ocurriera ponerme a tallar los restos de los árboles. Yo también tenía mis dudas, pero me encantó esculpir en la calle porque te permite de alguna manera preservar la identidad de esos árboles. Es como trabajar con lápidas para glorificar lo que fueron. Cuanto más viejos son, más me gustan», explica Gandini en un descanso de su trabajo en el Jardín Botánico.
A aquel primer tocón esculpido, que puede verse en una calle del barrio de Monteverde Nuovo, le siguieron luego varias decenas más por diversos puntos de Roma hasta que empezaron a llegarle los encargos pagados. El joven artista callejero pasaba así a convertirse en un escultor contratado para embellecer los troncos muertos de fincas privadas y parques de Italia y otros países europeos. Su último cliente es el Jardín Botánico de Roma. «Es un sitio que me fascina y adonde venía de niño para dibujar los árboles. No sabía bien qué escultura iba a hacer, pero cuando vi el eucalipto ya seco con el que estoy trabajando ahora, escuché los ruidos de los gatos que pasan por aquí y pensé que era un motivo muy apropiado para el lugar. Es además un animal que simboliza el infinito».
Gandini combina estas obras por encargo con sus creaciones callejeras, que no abandona. «Recorro Roma con la moto buscando siempre nuevos tocones. Hay otros que me los señalan los amigos», dice. Excepto las palmeras, que no pueden tallarse, no le importa la especie de árbol que le toque esculpir. «Si hace poco que la planta ha sido cortada es más fácil de trabajar. A veces tengo una idea de hacer una escultura determinada, pero luego me toca adaptarme a lo que me dicta la madera», explica el joven artista, destacando la pasión que siente por este elemento.
«Está considerado un material pobre, pero para mí es muy rico. Te cuenta la historia de un ser vivo si eres capaz de apreciar los detalles del tronco. Me gusta mucho la idea de darle un valor añadido a algo que se ha descartado». Sentarse en la acera para esculpir propicia, además, curiosas interacciones con los transeúntes. «La mayor parte de la gente lo aprecia, aunque siempre hay alguien que te dice algo feo. La Policía me ha puesto varias admoniciones, pero luego no pasa nada con ellas. Es curioso porque cuando el árbol está vivo pertenece al Ayuntamiento, pero el tocón no existe para las administraciones».
Caterina Bolasco pudo contemplar a Gandini mientras daba forma a una de sus esculturas urbanas en el jardín donde lleva a jugar a su hijo, situado en un barrio residencial de Roma. «Es muy loable que un chico tan joven recupere de esta manera espacios de la ciudad con estas obras de arte que resultan únicas. Haberlo visto trabajar con mi hijo fue fascinante. No es habitual encontrarte con un artista en mitad de su proceso creativo», explica esta mujer de unos 40 años. También en el Jardín Botánico están encantados con las creaciones de Gandini. «Es una propuesta interesante: es arte pero al mismo tiempo sigue perteneciendo a la naturaleza. Este chico da equilibrio a algo que estaba muerto y lo recicla para el goce de todos. Sin él hubiéramos tenido que arrancar el tronco seco del eucalipto», cuenta Paco Donato, uno de los empleados del Jardín Botánico.
Las creaciones de este joven artista no pueden tener una vida muy larga: las inclemencias del tiempo y el maltrato de la contaminación urbana acaban desgastándolas. «A la madera le doy un tratamiento para que se conserve mejor, pero está bien que al final la naturaleza y la ciudad reabsorban las obras. Yo no hago restauraciones. Y tampoco me molesta si llega un día en que quitan el tocón con mi escultura para plantar un nuevo árbol. Me parece lo más justo».