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Mientras en el Hospital Universitario de Burgos se libraba una batalla desconocida, en los laboratorios del mismo la situación no era diferente. El covid-19 se coló en las conversaciones a pie de calle con la llegada de 2020, pero las primeras informaciones que llegaron de esta enfermedad a España hablaban de «una gripe diferente».
Con ese escenario la pandemia cayó de lleno en Burgos y, por tanto, en el hospital. Desde el servicio de microbiología vivían aquellos días inmersos en la campaña de la gripe, que estaba dejando hospitalizados que requerían de sus análisis como cada año. «Al principio las medidas que adoptamos era lo mismo que si fuera una gripe», recuerda Cristina Labayru, licenciada especialista en Microbiología Clínica.
«Teníamos las plataformas y las infraestructura, éramos capaces de hacer un diagnóstico de covid, pero no teníamos los reactivos específicos para eso. Al final, las PCR las usábamos para diagnosticar la mayoría de los virus, las gripes y estábamos en plena temporada de gripe. Había venido el VRS (virus respiratorio sincitial) y luego llegó la gripe», relata Cristina.
A su lado, María , también licenciada especialista en Microbiología Clínica, asiente y añade: «A finales de febrero desapareció la gripe y todo lo que empezó a venir era covid». «Recuerdo los primeras positivos, que estábamos María y yo», afirma Cristina. «Yo estaba contratada para hacer PCR de gripe», añade María. Pero todo aquello cambió en apenas horas.
«Lo noté mucho, porque por las tardes yo procesaba gripes y no había», recuerda. La explicación era sencilla: «Un virus suplantó al otro de golpe». Y entonces comenzaron a llegar los positivos. El principal escollo para el laboratorio del HUBU es que no había reactivos para procesar las pruebas diagnósticas. Cuando la primera casa comercial ofreció esos reactivos en el laboratorio se pusieron en marcha sin saber cuándo acabarían.
«Aprovechamos otras plataformas que ya teníamos, utilizamos sus reactivos en máquinas que ya teníamos. Los primeros reactivos los tuvimos que compartir con el Clínico de Valladolid y con otros hospitales y lo que pensábamos que iban a ser cuatro muestras contadas pues…», deja en el aire Cristina. «Tuvimos que hacer una implantación de técnicas súper rápidas, porque todo era para ya», explica María.
Aquellas primeras jornadas se convirtieron en una contrarreloj para ellas, porque toda la asistencia rutinaria de Atención Primaria «desaparece» y se convierten «en un laboratorio solo prácticamente de covid». «Teníamos asistencia habitual, pues para todos los servicios, porque aparte del covid los enfermos de covid se sobreinfectaban con bacterias. Trabajábamos básicamente para dos servicios y lo poquito que nos podía venir de un quirófano urgente, porque la gente seguía teniendo apendicitis, por ejemplo. Pero todo lo que es el trabajo habitual desaparece y solo nos dedicamos al covid», recuerda Cristina.
Esa desaparición del trabajo habitual provocó que otros servicios, como anatomía patológica, les prestaran plataformas que ellos utilizaban que también servían para poder dar respuestas a las PCR que llegaban. «Pasamos de hacer unas 20 PCR diarias a hacer miles de PCR diarias y cogimos tecnología de anatomía patológica, personal técnico de otros laboratorios que dejaron de tener carga asistencial y se vinieron con nosotras, se contrató gente de manera que tanto a nivel facultativo como a nivel técnico se duplicó la plantilla. Y empezamos a hacer asistencia 24 horas», explican.
«Una de las cosas que recuerdo era el teléfono, que sonaba todo el rato», cuenta Cristina. «Teníamos un busca, un teléfono y estábamos en la campana procesando muestras, ordenándolas. Entraban las muestras del hospital más todas las de primaria. Llegaban cajas y cajas llenas. Empezábamos a quedarnos tres personas por la tarde, pero si cogíamos el busca no podíamos avanzar. Era estresante», afirma.
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Analizar muestras, enviar resultados y un teléfono que sonaba constantemente era el día a día del laboratorio. «Hasta que la gerencia puso los mecanismos informáticos para poder informar a todos los rastreadores», cuentan. Porque en lo peor de la pandemia cada contagio suponía una red de llamadas para cercar al virus. «Cuando eso se informatizó fue posible que, según nosotros emitíamos un resultado, ese resultado lo viera el médico de atención primaria, lo viera el rastreador y lo viera la gerencia… Hasta que eso pasó, nosotros hacíamos todas las noches un listado con miles de resultados que se enviaba a todas las instituciones», recuerda Cristina.
Nadie sabía la magnitud de lo que llegaba, pero Cristina reconoce que pensó que era algo serio cuando el Ministerio comenzó la campaña «Quédate en casa». Todavía quedaban algunos días para que se decretara el estado de alarma y Burgos no había entrado aún en 'cuarentena social', pero ya se barruntaba lo que estaba por llegar. María tuvo una señal inequívoca de algo grave estaba pasando cuando tuvo que comenzar a «hacer noches», algo que hasta entonces no se planteaba entre sus labores. «Tuvimos que asumir 24 horas porque la demanda estaba empezando a ser algo que sobrepasaba nuestras posibilidades», analiza María. «Eso y en el momento que sabes que la UCI está saturada. Ese momento fue duro también», reconoce Cristina.
«Nuestra primera muestra fue de Miranda. Su primer positivo fue nuestro primer positivo», recuerdan en el laboratorio. Pero después de ese primer positivo llegaron muchos más. «Una sensación que se me quedó muy grabada es que cuando bajabas de una ola y pensabas «ya está» de pronto llegaba otra. Tenemos una cámara fría y veías todas las baldas llenas de muestras pendientes de procesar, con una demora de 48 horas y gente en casa esperando a recibir ese resultado…», recuerda Cristina.
Todos los equipos del laboratorio estuvieron trabajando de manera simultánea. «Esa capacidad espero no volver a tener que necesitarla», desea en voz alta María. «Eran muchos equipos trabajando a la vez. Conforme entraban las muestras se intentaban procesar. Estábamos haciendo 400 muestras a la vez», recuerda. «También impresionaba mucho ver que todos los resultados salían positivos. Y notabas cuándo subían las olas. De todos esos positivos sabías que iban a venir sus contactos a hacerse la prueba también», recuerdan con angustia. Se convirtieron así en un termómetro «de cómo estaba la situación en la calle».
«Un punto de inflexión fue la llegada de los test de antígenos. Desde los laboratorios de microbiología nunca hemos querido diagnosticar un covid por antígeno en el hospital, porque la sensibilidad no es buena. La capacidad de decir que un paciente es positivo no es buena en los antígenos, pero el que es positivo es positivo de verdad y eso nos ayudó mucho», reconoce Cristina.
Desde el laboratorio solo tienen buenas palabras para la Gerencia y la consejería de Sanidad, porque aunque desde fuera parecía que los medios eran escasos «estuvieron rápidos y se hizo una compra centralizada de reactivos y se distribuyó» entre los diferentes hospitales que les «dio la vida». Las infraestructura ya estaban en los hospitales y en cuanto hubo reactivo el trabajo no descansó.
En el laboratorio saben lo que es estar expuestas a muestras de virus y bacterias, lo que no quiere decir que estén exentos de riesgo. Así lo cuenta Cristina: «Yo me contagié el 13 de marzo y ahí sí que tuve miedo. Tuve miedo porque no sabía cómo iba a acabar, sentí miedo por estar enferma. No sentí miedo trabajando, sino por el contagio. Seguramente me contagié trabajando, porque las medidas que tomamos fue como las que usábamos para la gripe. No usábamos mascarilla fuera del entorno y la limpieza con lejía que hacíamos después de manejar el covid con la gripe no se hacía. Con eso hemos mejorado porque hemos establecido unas rutinas que nos van a ayudar».
María, en cambio, reconoce que no ha pasado la covid. «Después de analizar miles de muestras yo no he pasado la covid. Ni que sepa ni que no sepa, porque las pruebas diagnósticas me las he hecho cuando lo he necesitado. Nosotras no teníamos pacientes, así que no teníamos riesgo de aerosoles y nuestras muestras venían muchas veces en medios inactivados. Es verdad que por la carga de trabajo hay más riesgo de derrames de muestras y puede ser un riesgo biológico, pero no tratamos con pacientes», cuenta María.
«El miedo era ver lo que estaba pasando y vivíamos con miedo, pero no por el trabajo», dice María. Cristina añade que cree que «nadie sintió miedo en el trabajo». «Creo que lo hicimos bien», sentencia. El «miedo» llegaba con las bandejas de muestras sin analizar. «El 26 de diciembre, después de Navidad, vi que había más de 4000 muestras por procesar…», recuerda Cristina.
Y es que, el laboratorio de microbiología del HUBU pasó de analizar 5.000 muestras en 2019 a más de 200.000 en el año 2020 y 2021. «Prácticamente era todo covid. Tienes 270.000 muestras procesadas en un año, es una locura», sentencia María.
La covid-19 ha dejado protocolos de mayor seguridad y la certeza de que «hay tecnología ahora en el laboratorio que permitiría que si llegase otra pandemia se respondería rápidamente en cuanto lleguen los reactivos para poder procesar un montón de muestras rápidamente». Y «la capacidad de la gente del hospital», que volverían a dar un paso al frente «para responder a ello».
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