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Jueves, 12 de marzo de 2020. Francisco Igea ostentaba el cargo de vicepresidente de la Junta de Castilla y León y anunció en rueda de prensa que Burgos entraba en «cuarentena social»: «Sobre Burgos capital, queremos insistir en que la mejor manera que la evidencia científica nos ha demostrado de frenar el crecimiento de la curva es lo que se denomina la cuarentena social». A su lado, la consejera de Sanidad, Verónica Casado indicaba que «Burgos pasa a otro escenario. Pasa a un nivel dos». El covid-19 había llegado a nuestras vidas y el recuento de contagios era diaria. Mientras tanto, el Hospital Universitario de Burgos (HUBU) se preparaba para un escenario en el que nunca había estado.
Han pasado cinco años desde aquel momento, pero quienes estuvieron en primera línea aún recuerdan la incertidumbre, el miedo y el pitar sin descanso de los monitores y respiradores de los pacientes más críticos.
Javier Minguito, Carmen Fernández y Blanca Martín pertenecen al servicio de neumología del hospital y recuerdan aquellos días que ahora parecen lejanos, casi irreales. «Fue un gran reto hacer los protocolos, revisar críticamente artículos, intentar ofrecer a la población burgalesa el mejor tratamiento disponible, que creo que lo conseguimos. Se generó un equipo multidisciplinar con compañeros de otras especialidades, sacó lo mejor de nosotros en términos de colaboración, de trabajar sin mirar el reloj y de estudiar todo esto», recuerda. Pero también afirma que «el cerebro humano está preparado para acordarse de lo bueno y olvidar lo malo» y reconoce que hay cosas, «como llegar a casa tarde, cenar, acostarte a la 1 y pico de la madrugada y estar a las 7 aquí habiendo dormido 5 horas, y las panzadas de trabajo de aquellos días» que se les ha «olvidado».
Según los datos que ofrecían Verónica Casado y Francisco Igea aquel día, el escenario en Castilla y León era «de contención». Con 92 casos confirmados y 141 a la espera de resultados, en Burgos se encontraba la situación más complicada de la región con 61 casos, 27 correspondientes a la capital y 34 a Miranda de Ebro, que con medidas extraordinarias comenzaba a estar contenida. La situación de Burgos preocupaba mucho. En el hospital se encontraban 12 personas hospitalizadas en planta, mientras que en el hospital comarcal de Miranda había otras dos. De los cuatro pacientes hospitalizados en las unidades de críticos de la región tres estaban en la UCI de Burgos.
Pero ese escenario empeoró con el paso de las jornadas. «Aquí (en España) se morían 1.000 personas al día», recuerda Carmen Fernández Martínez de Septién, Jefa de Servicio de Neumología. «Yo empecé la pandemia siendo neumóloga de Palencia y me vine en mayo a Burgos. Aquí hemos sido súper afortunados, vi una diferencia de medios impresionantes. La forma de tener el hospital, de poder usar el bloque 7 de aislamiento de infecciosas fue otro lujo. En Burgos tenemos mucha industria y la industria ayudó muchísimo con mascarillas, ayudó con respiradores e incluso me dieron algunas mascarillas para Palencia. Tenían allí muchísimas menos que aquí. Yo recuerdo tener una FP2 que me guardaban el bolsillo viendo covid y la cambiaban una vez a la semana» rememora Carmen.
De la covid-19 resuenan también aprendizajes que de otra forma no habrían llegado a nosotros. Si en la peor época de la pandemia no había mascarillas, ahora se han convertido «en el gran aliado». «Se ha comprobado que se han evitado muchísimas otras infecciones cuando hemos usado las mascarillas», indica Carmen. Además, Javier Minguito añade que «hasta el covid no estaba demostrado ni estaba estandarizado como un arma terapéutico la ventilación en el fallo respiratorio hipóxico, en el distrés agudo, era un tema bastante controvertido y a partir de lo que hemos aprendido en el covid hemos visto que tener a la gente oxigenada con dispositivos de alto flujo y ventiladores, o con ambos, es una estrategia que que evita ingresos en UCI, reduce las secuelas, la mortalidad y que, en definitiva, salva vidas».
Además, los test de diagnóstico y autodiagnóstico fueron otros de los avances que esta pandemia nos ha dejado. «Era muy importante poder clasificar a los enfermos. Y ahora puedes autodiagnosticarte en casa, esa tecnología no estaba», afirma Minguito. «Pensábamos que un test de antígenos no se lo iban a poder hacer los pacientes, pero hemos aprendido y ayuda mucho a saber qué le pasa al paciente. Testamos cuatro virus y ayuda a que quienes pueden tener más complicaciones sean tratados antes», explica Carmen.
Quienes más tiempo pasaron en aquellos largos días de pandemia metidos en un epi (equipo de protección individual) fueron las enfermeras. «Al principio tenías mucho miedo, aunque parecía que solo afectaba a gente mayor después también vimos a gente más joven. Teníamos el epi que se suponía que era nuestro escudo contra ello. Para quitárnoslo teníamos un protocolo para hacerlo de manera segura. Al final ya ni pensabas en el riesgo de contagio», afirma Blanca Martín, enfermera de neumología.
Blanca Martín
Enfermera neumología
Pero el miedo es libre, y Blanca lo sufrió en aquellas jornadas maratonianas: «Me duchaba en el hospital al acabar el turno y me volvía a duchar al llegar a casa porque no quería contagiar a nadie». «Perdíamos cuatro kilos por turno porque sudabas muchísimo. Muchas empresas donaron epis y gracias a ellos tuvimos protección de seguido», agradece. «Las pantallas y las gafas se empañaban y eso complicaba mucho más el trabajo. Y la situación era muy dura, porque la gente hospitalizada está sola y te pedían que te quedases con ellos, pero había muchos pacientes por atender. Y era muy duro», recuerda.
«Fue muy duro», asevera Carmen. «En la H7 vimos desgracias que afectaron a familias enteras. Que por una comida enfermara el abuelo y la abuela y en una semana hubo gente que se quedó sin padres. Hay familias que en una semana han perdido dos o tres miembros», recuerda Javier al tiempo que Carmen añade que ni siquiera «podían ir al funeral». «No podían acompañar a sus familiares y nosotros teníamos que consolar por teléfono. Tuvimos que desarrollar una empatía especial, tuvimos que dar mucho consuelo así, sabiendo que iba a fallecer una persona y no podíamos pedir a la familia que viniese a acompañarlo. Para nosotros esos momentos también fueron muy duros», cuenta ella.
Carmen Fernández
Jefa de Servicio de Neumología
«No había otra forma de hacerlo, estábamos comprando tiempo para atender mejor y, a la larga, salvar más días. Pero hacer esas llamadas fue muy duro y hay cicatrices que se nos van a quedar para toda la vida», añade Javier. «Antes nunca hacíamos consultas por teléfono, ahora ya nos comunicamos así con los pacientes y tenemos unas herramientas que antes no teníamos. De pronto tenemos que comunicarnos por teléfono con los pacientes para noticias muy duras, muy complicadas… A veces tardábamos en informar porque habíamos tenido un día horrible y notabas una angustia al llamar. A veces tenían varias personas ingresadas y no sabían por quién les estabas llamando…No había otra forma de hacerlo. Nuestro objetivo era proteger, no queríamos que el padre se contagiase por venir a ver a la madre y que terminasen muriendo los dos», insisten.
El hospital hervía durante estas jornadas de intenso trabajo, pero al mismo tiempo sus pasillos se mantenían vacíos, la consultas no recibían enfermos y los esfuerzos se centraban en salvar las vidas de quienes quedaban hospitalizados con un estado precario de salud. «Yo tengo dos imágenes grabadas», cuenta Carmen, «la de estar todo el día desinfectando el hospital, que el trabajo del personal de limpieza ha sido durísimo, con el hospital vacío y todas las ventanas abiertas». «Y luego la H7, que es donde estaban los pacientes más graves, todo el día sonando los respiradores, 'pipipipipipi', todavía cuando voy a la H7 recuerdo ese sonido», confiesa la neumóloga.
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A Javier los recuerdos le llevan «a la sensación de estar en un escenario apocalíptico». «Vivía solo y estaba agradecido de pensar que no iba a contagiar a nadie y tenía una rutina, veía a los compañeros en el hospital… Cuando hubo que quedarse en aislamiento es cuando me di cuenta de lo duro que había sido no poder salir para el resto de la sociedad», reafirma.
Javier Minguito
Neumólogo HUBU
Blanca también recuerda que «oía el recuerdo de los monitores» en su casa. «Me despertaban sonidos que no existían. En lo personal es cierto que nosotros nos aislamos un poco de nuestras familias, pero agradezco el equipo que hicimos porque fuimos como una familia en esos días», asegura. Carmen asiente y pronto quiere verbalizar un agradecimiento que toma valor con la perspectiva del tiempo: «Quiero agradecer a enfermería todo lo que hicieron. Les pedías que había que ventilar a un paciente y, aunque sabías que habían tenido un turno horroroso, que llevaban muchas horas, enseguida se ponían en marcha y preguntaban qué había que hacer, como si fuesen las seis de la tarde y acabasen de entrar a trabajar. Nunca vi una mala cara a pesar del cansancio. Y todo con el epi puesto durante toda la jornada».
Los tres quieren recordar también el trabajo ímprobo del personal de limpieza: «Nosotros tenemos una formación sanitaria y podíamos tener nuestros miedos, pero las señoras de limpieza no. Se tenían que poner el epi para poder limpiar. Las ayudábamos a vestirse, a quitarse el epi…».
Entre todo el sufrimiento también se cuelan los finales felices. «El día que dimos el alta a una mujer de 90 años, que tenía asma, que fue la primera a la que pusimos corticoides antes de que el saber mundial lo autorizara y la pudimos dar de alta. Nos animó mucho, porque pensamos que, aunque íbamos a tener muertes, también íbamos a poder sacar muchos adelante», cuenta Javier. «Recuerdo muchas historias felices», afirma Carmen. «Pacientes muy graves a los que luego hemos visto bien. Veo a mucha gente en consulta a los que he visto fatal, que pensaba que no iban a salir adelante, que se iban a morir o con secuelas muy graves, y que con el tiempo les he podido quitar el oxígeno de casa, que ya no necesitan más revisiones y que les das el alta para que tengan una vida totalmente normal», celebra.
Carmen y Blanca se contagiaron en abril de 2020. La primera sintió «mucho miedo» por su pareja, que estaba pasando un mal momento de salud, Blanca, en cambio, recuerda que aunque su pareja era joven y no reunía ninguna condición que le convirtiera en una persona de riesgo «iba con la lejía a todas partes». Un mes aislada porque no dejaba de dar positivo y la pérdida del olfato y el gusto con los recuerdos de aquellos días. Javier tuvo más suerte y se contagió en las Navidades de 2021, cuando ya habían comenzado las vacunaciones.
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