He vuelto a ver 'Campos de concentración nazis' (1945), el documental de George Stevens. Otro día tiro de 'Sonrisas y lágrimas' (en mis fantasías los pillan los nazis cuando van hacia las montañas; a todos menos a Eleanor Parker, claro, que ya ha salido de esa horrible familia). El director había hecho películas como 'La mujer del año'. A Katherine Hepburn le pasa ahí lo que a mí me pasaría si se me ocurriera comprar harina, cosa que no va a ocurrir ni aunque el confinamiento dure años.
Ante la pugna entre los que ocultan muertos (o los que se escandalizan por ver ataúdes) y los que quieren enseñarlos, no hay como echar un vistazo a 'Campos de concentración nazis', título sin rodeos. Son muchos los que enseñan en piezas cortas. Más conocidos o menos. Sin música alguna. Lo que se iban encontrando los aliados. Vivos casi muertos y restos humanos todavía en los hornos. O encima de parrillas hechas con vías de tren. Pero lo que más impresiona (más que cualquier fragmento de 'Shoah') son los muchos primeros planos de caras. De muertos. Con pelo, sin pelo, desnudos, vestidos. Caras desencajadas. Bocas abiertas, ojos hundidos. La película era de la serie propagandística del Gobierno estadounidense, aunque esta ya sea del final de la guerra. Pero claro que había que ver eso. Y seguir viéndolo.
Hoy la discusión no está tanto en los muertos, que ahora no vemos, ataúdes si acaso, sino en no saber cuántos son. El Gobierno admitió ayer el caos de sus datos. Es, en trágico, Katherine Hepburn con la masa desbordándose por su cocina. Cualquier día sacan un ábaco para contar muertos. Y, además, retira miles de mascarillas defectuosas que dio a las comunidades autónomas. Pero, oh, ataúdes, qué horror.
