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En el centro, Máxima, junto a su familia el día de su 100 cumpleaños. BC

Máxima cumple 100 años en un pueblo de Burgos: «No necesito regalos, los besos fueron lo mejor»

Máxima Juan Orodesa celebró su centenario en la residencia de Salas, donde estuvo acompañada de hijos, sobrinos y nietos. Su familia valora su carácter afable: «¿Cómo no va a vivir tantos años con lo buena que es?», aseguran

Martes, 17 de junio 2025, 18:38

La voz de Máxima Juan Orodesa no tiembla, la memoria no le falla. Así ha llegado a cumplir los cien años esta mujer de Burgos, nacida en Barbadillo de Herreros, un pueblo de unos 104 vecinos censados y enclavado en la Sierra de la Demanda. Ahora vive a poco más de 20 kilómetros de allí, en la residencia Santa María la Mayor de Salas de los Infantes, donde el pasado día 9 de junio celebraron por todo lo alto el centenario de Máxima.

Un vaso de vino en las comidas, comer bien, no tomar alcohol… no hay un secreto para llegar a los cien años, pero un nieto de Máxima parece tener una teoría: «¿Cómo no vas a vivir tantos años? Con lo buena que eres. Me dijo uno de mis nietos el otro día. Dice que no han visto en la abuela ni una riña ni una mala cara», recuerda emocionada Máxima.

Puede que en la amabilidad y carácter pacífico, y un poco inquieto, resida parte del secreto de Máxima para alcanzar los 100 años en tan buena forma. «A los niños hay que quererlos y atraerlos con buenas palabras. Así los he criado yo, muy guapos y buenos y no es pasión de abuela», sentencia.

Máxima en la residencia de Salas de los Infantes el día que celebró sus 100 años. BC

Ha criado a cuatro hijos, ha ayudado también en el cuidado de siete nietos y ahora disfruta de cuatro bisnietos. Nació en Barbadillo de Herreros el 9 de junio de 1925, cuando el pueblo era muy distinto a lo que es en la actualidad.

Allí vivió con sus padres y fue a un colegio que, ahora mismo, es ya un recuerdo. «Íbamos 60 niños al colegio que había en la plaza Mayor. Todos uniformados, con batitas. Nos daba clases una maestra estupenda de Barbadillo del Pez, Cecilia Moral. Ella nos hizo unos lazos blancos, todos íbamos con ellos, una mujer fabulosa», recuerda emocionada.

La emigración

Con su marido vivió mucho tiempo en Zumárraga, una localidad y municipio guipuzcoano, allí él trabajaba en una empresa metalúrgica. Ella se encargó de las «faenas de la casa», que no es poco trabajo. «He tenido cuatro hijos, les cosía la ropa, planchaba, lavaba, hacía la comida. Hacía todo lo de casa más luego he cosido ropa para las comuniones», recuerda. Sus hijos nacieron en el País Vasco, donde emigraron ella y su marido.

Pero años después se acercaron a su tierra y recalaron en la ciudad de Burgos. «Mi marido hizo una prueba, le salió muy bien y vinimos a Burgos porque la empresa en la que trabajaba allí puso otra sede en la ciudad, de metalurgia», añade.

Un carácter inquieto

Aquí en Burgos, «cuando era joven, pero ya madura», un término que acuña con 100 años para referirse a su yo de 60, «fui hasta a la escuela de adultos de Gamonal. Mi marido me decía que qué iba a estudiar con 60 años. No lo comprendía. Pero yo quería recordar lo que había aprendido de niña y salía con unas notas bastante buenas en dictados, en resúmenes… En matemáticas ya iba más floja, pero la maestra estaba encantada conmigo. Iba con chicas jóvenes de mi pueblo y cuando explicaban el cuerpo humano, les daba yo lecciones», evidencia orgullosa.

Y también ha sido abuela todoterreno y salvavidas. «Cuando mis hijas lo han necesitado, me he hecho cargo de los niños, de los nietos, cómo no me van a querer si he estado con ellos desde pequeños», reconoce.

No necesita regalos, solo cariño

Ahora pasa los días en la residencia «bien y con María», su compañera, charlando, «somos buenas conversadoras, es una señora maja, más joven que yo. He hecho muchas sopas de letras también, pero ahora he perdido un poco de vista, el pulso no me falla, pero se me tuercen un poco las letras», lamenta.

Nunca pensó que iba a llegar a cumplir 100 años, ha ido viviendo la vida al día, sufriendo, «hay que sufrir», pero eso no empaña un conjunto positivo: «me ha ido muy bien», sentencia. Y con esa sensación, algo que tiene que ser satisfactorio al alcanzar los 100, celebró el día en la residencia. «Estoy muy agradecida, se hicieron fotos conmigo, vinieron mis hijos, mis sobrinos, también mis nietos. Me halagó un montón. Pusieron globos de colores, mis sobrinos me trajeron un ramo de flores muy bonito…», recuerda emocionada.

Pero lo que más pasión le produce es hablar de sus nietos: «Me trajeron regalos también, que no los necesito, los besos que me dieron fueron lo mejor. Fue un día emocionante». Un capítulo más para una vida llena de ellos en los que, parece, ha prevalecido un carácter afable que solo ha buscado el cariño.

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