Borrar
Sara, Mario y Carmelo posan en su clase con las mascarillas puestas. RRH
«Por mí y por todos mis compañeros»

«Por mí y por todos mis compañeros»

Los alumnos de 5º de primaria de La Salle relatan cómo es su día a día en este curso marcado por la covid-19

Ruth Rodero

Burgos

Sábado, 6 de febrero 2021, 09:10

El juego del escondite tiene unas reglas muy sencillas. En ellas se deja patente que el último en ser descubierto puede, si es más rápido que el encargado de descubrirle, salvarse él y salvar a todos sus compañeros pillados con anterioridad. Tan sencillo como tocar la pared donde comenzó el juego y declamar «por mí y por todos mis compañeros». Un lema fácil que todo el mundo entiende y que en el colegio La Salle de Burgos tiene significado también dentro de las aulas.

«Es el proyecto de clase», explica Sara, de 5º de primaria. «Es la frase que pusimos para seguir haciendo las tres emes: manos, mascarilla y metros para que no nos cerraran la clase. Hacerlo por tu familia, por tus amigos, por toda la gente», cuenta con el orgullo rebosando la mascarilla que oculta su sonrisa.

«Fue una motivación para ellos saber el por qué teníamos que ser tan serios con las medidas. Me parece que es una frase brillante. ¿Por quién lo haces? Lo hago por mí y por todos mis compañeros», resume Carmelo, su profesor.

Y es que Sara Ayala y Mario Martínez son solo una pequeña representación de los alumnos que cada día acuden al centro. Niñas y niños que han tenido que renunciar a muchas cosas este curso y que recuerdan, no si inquietud, cómo pasaron tres meses confinados sin poder tener contacto con nadie que no fuesen sus padres y hermanos.

Y lo que más les duele lo tienen claro: no poder trabajar en grupos cooperativos. «Siempre decíamos que cuatro cabezas piensan más que una, pero ahora para guardar la distancia estamos en filas y ya no es lo mismo», explica Sara, que añade que le gustaba «mucho más» trabajar como lo hacían antes.

Los protocolos les ha cambiado también su manera de moverse por su colegio, la forma de entrar en clase, de relacionarse con otros cursos, hasta de almorzar. «Entramos en filas, al entrar en clase el encargado del gel nos echa en las manos y nos sentamos en nuestros sitios. A nuestros amigos de otras clases solo les vemos en el recreo», cuenta resignada Sara.

Mario decide animarse a participar en la conversación para aportar su punto de vista al nuevo modo de trabajo en clase. «Aunque hacemos grupos no es lo mismo», asegura. «Ya no podemos intercambiarnos las hojas para corregir los ejercicios, porque algunos hacen trampas cuando se corrigen los suyos y se ponen bien cuando lo tienen mal», cuenta mientras Sara y Carmelo ríen. También lamenta que ahora, con las restricciones de movilidad que hay dentro del aula, si necesitas una explicación, «tienes que esperar a que se acabe la clase».

«La opción del trabajo cooperativo se tomó en el colegio hace ya unos cuantos años, en las clases es la dinámica, no solo de los aprendizajes, sino de funcionamiento. Se revisa el trabajo de casa en el grupo cooperativo, las explicaciones se hacían de otro modo, ahora vuelvo a dar clase como hacía hace 30 años», cuenta Carmelo, el profesor de este curso de 5º de primaria.

Las clases magistrales, «un aburrimiento», son las que han vuelto a las aulas, haciendo que tanto profesores como niños hayan tenido que adaptarse a una nueva manera de llevar las lecciones. «Veo que echan de menos el trabajar entre ellos, el que me pueda acercar a sus mesas para ayudarles con la solución», continúa Carmelo, quien añade que «el trabajo cooperativo les permite tener relación y complicidad».

Hasta los exámenes han de pasar por un protocolo covid. Los niños hacen el examen, lo depositan en una caja que se cierra donde permanecen al menos dos días. Después, el profesor los corrige y vuelve a dejarlos en cuarentena en la caja cerrada otro par de días. Antes de entregárselos a sus alumnos se desinfecta las manos y, cuando vuelve a recogerlos, los exámenes vuelven a la caja para volver a pasar cuarentena. «Estos protocolos nos han triturado la dinámica de la clase», lamenta Carmelo.

«Antes algunos ejemplos los podías hacer con una pequeña actuación, ahora lo hacemos pero no nos podemos acercar mucho ni nos podemos tocar. Y, como dice Carmelo, todos los papeles que tocamos van a un cajón en cuarentena, los corrige y cuarentena de nuevo, nos los da y otra vez cuarentena», explica divertida Sara.

A pesar del fastidio, de las esperas, de las cuarentenas a trabajos y exámenes, el sistema está funcionando. La clase se ha librado del confinamiento y los alumnos que han tenido que pasar por un aislamiento ha sido por un contacto positivo familiar, como le ocurrió a Mario.

«Al principio te asustas un poco, porque tienes que estar confinado. Es molesto no salir de casa, estar todo el día pegado al ordenador. En clase ponemos un ordenador para que el que está en casa pueda estar también en el colegio. Era un rollo, pero lo llevaba como si fuera al colegio, levantándome a la misma hora, mirando la agenda para ver a qué hora me tenía que conectar, pero eso de no salir de casa era un poco agobiante», manifiesta.

Además, las rutinas en casa cambiaron: «Era raro, mi padre dio positivo, mi hermana dio positivo, pero mi madre y yo no. La distribución de cómo dormías fue distinta, mi padre dormía solo, mi hermana dormía sola y yo dormía con mi madre. Si mi hermana me quería preguntar algo que tenía de tarea teníamos que ponernos la mascarilla en casa y eso de mascarilla en casa...».

«Como no podemos hacer el trabajo cooperativo seguir la clase por el ordenador era parecido a estar en el colegio. Además, si tenías una duda el profesor te podía atender mientras los compañeros hacían algún ejercicio», continúa explicando.

Sara aporta la visión contraria, la de cómo fue tener a un compañero en casa siguiendo la clase, y asegura que «igual» a tenerlo con ellos «no era». «Le tratábamos como si sí que estuviera, al corregir los ejercicios, cuando era su turno, le avisábamos para que él también pudiera participar».

Los recuerdos del confinamiento

«Tuve que descargarme Skype y Hangouts para poder hablar con mis amigas, no poder tener ningún contacto con ellas al final estaba harta», exclama Sara. Mientras tanto, Mario recuerda que el oftalmólogo, tras el confinamiento, le confirmó que «estaba algo peor de lo que ya estaba de tantas horas delante del ordenador».

En aquellos días en los que nadie sabía cuándo se podría volver a los centros, las aulas virtuales fueron la salvación para acaba el curso. Sara y Mario recuerdan aquellas sensaciones: «Nos mandaban la tarea y, luego, si tenías alguna duda, el profesor contigo y con algunos compañeros más ya te lo explicaba. Si nos conectábamos todos en una videollamada se nos bloqueaba. Algunos días nos veíamos por grupitos y hacíamos ronda de verbos».

Carmelo explica que los viernes por la tarde lo dedicaban para las tutorías, «se echaban mucho de menos», así que lo que hizo fue ir convocándolos por grupos para que pudiesen charlar. «De repente un niño te dice que no se había dado cuenta, pero que era feliz yendo al cole todos los días aunque a veces se quejase», recuerda Carmelo.

De aquellos meses surgió otro de los lemas de 5º: un día más es un día menos. Un día menos para volver a la normalidad. Un día menos para poder volver a abrazar y jugar sin parar a los amigos a los que tanto echaron de menos.

Tener las ventanas abiertas ha provocado también algunas incomodidades. Sin embargo, los alumnos no tienen grandes quejas al respecto. «Los días de antes de Navidad hizo mucho frío», explica Mario. Sara va un poco más allá: «Para no tenerlas todo el tiempo abiertas las abríamos en los cambios de clases un rato, cuando alguien tenía frío las dejábamos un rato más abiertas y cerrábamos otro rato. Y después volvíamos a abrir».

Los materiales de educación física también sufren la desinfección y cuarentena. La mascarilla obligatoria para hacer deporte no les gusta y, además, no pueden jugar en el recreo ni a baloncesto, fútbol o compartir una cuerda para saltar.

Las excursiones y las actividades grupales en las que se juntaba todo un ciclo también están suspendidas hasta que la situación sanitaria lo permita. Pero si hay algo que les duele es no haber podido celebrar sus fiestas. Ni las pasadas ni las que, seguramente, están por llegar en este 2021. «Las llevábamos preparando desde enero, además, en las fechas de las fiestas es mi cumpleaños, ese mes es muy especial para mí. Mi cumpleaños, el de mi mejor amigo, el día de la madre, las fiestas del colegio...», explica Mario.

Pero la covid-19 les ha robado también eso, el poder celebrar algo tan simple como que han completado una nueva vuelta al sol. «Lo celebras con tus parientes y, si acaso, vas a ver a tu abuela desde la puerta sin poder entrar, para que te felicite», lamenta Sara. Este sentimiento lo comparte Mario, que también echa de menos a sus abuelos. Por suerte, y a pesar de los infortunios, ninguno de ellos pierde la sonrisa y la ganas de seguir celebrando con sus amigos y en su colegio aunque tenga que ser de una manera distinta.

Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

burgosconecta «Por mí y por todos mis compañeros»