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Calle Fernando Álvarez, en Burgos. Adrián Miguel

Una calle noble de Burgos dedicada a un presidente de las Cortes erudito en lenguas

La Real Academia de la Historia señala que, además de ser la tercera autoridad del país en tiempo del O'Donnell, aprendió árabe y lenguas modernas

Miércoles, 2 de julio 2025, 07:24

La calle Fernando Álvarez se encuentra en una de las zonas nobles de la ciudad. No solo por los edificios y sedes que alberga, sino porque los linajes familiares nobles estaban aquí en el siglo XIX y XX, y siguen estando. Con el Palacio de Justicia en esta calle, el Arzobispado en la prolongación, y la Catedral o el Arco de Santa María a 150 metros es uno de los cogollos nobiliarios de Burgos.

Justo en el lado contrario, en el lateral de la calle Benito Gutiérrez, se encuentra la calle Fernando Álvarez. Se trata de otro político que destacó a finales del siglo XIX en el ámbito político. Pertenece al grupo de políticos burgaleses que empalman el periodo isabelino con la Restauración y junto a Alonso Martínez, Cirilo Álvarez y Benito Gutiérrez alcanzó proyección nacional. Además, fue académico de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Fue presidente de las Cortes de España con O'Donnell. Senador vitalicio. Moría en Madrid a los sesenta y nueve años de edad.

¿Quién fue Fernando Álvarez?

Álvarez nació en Medina de Pomar en el 30 de mayo de 1814, en el seno de una familia militar de una buena posición social y económicamente desahogada. Su padre, natural de la ciudad de Burgos fue Pedro Pablo Álvarez y Alonso Pérez de Guzmán el Bueno que, además de ganar la distinción de comendador de la Orden de Carlos III, logró alcanzar el empleo de brigadier de los ejércitos con ocasión de la Guerra de la Independencia. Era su madre, doña María Martínez y Sáez de Villegas, la oriunda del solar medinés donde se asentaban sus cuantiosos bienes raíces.

De sus primeros años en Burgos hay escasa información; apenas se dispone de los propios del entorno de una escuela. Fernando Álvarez cursó sus estudios superiores de Filosofía y Derecho en la Universidad de Valladolid. Ya para estas fechas hace patente su militancia con la causa liberal al punto de decidir suspender temporalmente la carrera universitaria para alistarse en la compañía de voluntarios denominada Minerva con motivo de la primera guerra carlista (1833-1840) contra el carlista Batanero, por cuya intervención fue premiado por la reina Isabel II con la Cruz que lleva su nombre.

Su compromiso político

Tras este paréntesis, que denota su nivel de compromiso político, en 1836 se reincorpora a las aulas pucelanas para de nuevo repetir actitud y unirse con premura a la llamada de emergencia nacional, esta vez promovida por la Diputación burgalesa, ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos en el frente del Norte.

Se traslada a Madrid y es aquí donde decide aprender árabe y adiestrarse en el conocimiento de idiomas y lenguas modernas como medios de mejora para la promoción personal. Pero lo que destaca en este tiempo en la Corte es su ansia por conocer y escudriñar el más viejo tiempo de la historia.

Pero sus principios ideológicos conservadores y su ascenso y encumbramiento cenital coinciden prácticamente con la década moderada (1844-1854) del general Ramón María Narváez como hombre fuerte del régimen isabelino.

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