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Los rescoldos del incendio de Notre Dame nos recuerdan que el patrimonio es vulnerable. Si un símbolo de Francia, de la cristiandad y de occidente como es la seo parisina es capaz de sucumbir a las llamas en pleno siglo XXI, ¿qué no puede pasar en ese patrimonio olvidado, a menudo desconocido, que puebla Europa de norte a sur?

Sea como fuere, llama la atención el desvelo que parece haber generado el desastre de Notre Dame en todo el mundo. Un desvelo que ha llegado a orillas del Arlanzón, donde el Ayuntamiento ha decidido echar el resto y, apelando a ese hermanamiento entre Notre Dame y Santa María la Mayor, ha mostrado públicamente su apoyo a la reconstrucción del templo parisino. Un apoyo, eso sí, que va poco más allá de lo emotivo, con un cartel de grandes dimensiones en el balcón de la Casa Consistorial y la apertura de una cuenta bancaria donde gestionar donativos. Como si al estado francés -propietario de Notre Dame- le hiciera falta.

Pero más allá de los gestos -más grandilocuentes que efectivos-, lo que de verdad llama la atención es el mimo con el que el Ayuntamiento y miles de burgaleses parecen haber atendido a una catástrofe acontecida a mil kilómetros al norte del Arlanzón. Máxime cuando el patrimonio local necesita, sin duda, más mimos y atenciones que Notre Dame. Las comparaciones son odiosas, sí, pero ahí están. Como ahí están las ruinas del convento de San Francisco -incluidas en la Lista Roja del Patrimonio de Hispania Nostra-, el Hospital de la Concepción -olvidado y abandonado a su suerte durante décadas-, los retazos de la judería burgalesa -borrados de la historia bajo toneladas de tierra en algún lugar de la ladera del Castillo-, la estructura del antiguo colegio Niño Jesús, el Arco de San Martín o los lienzos de la muralla medieval.

La lista es interminable y los recursos finitos, pero bien haríamos todos en volver la mirada hacia nuestro patrimonio, no vaya a ser que volvamos a llevarnos las manos a la cabeza como hicimos hace ahora 25 años cuando la figura de San Lorenzo se precipitó al suelo, dejando en evidencia la necesidad de actuar en la Catedral, en Nuestra Dama particular.

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