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Es terrible la imagen de un reloj parado a la hora en la que se fue la energía. Y sin gente por la calle. A las 16.33, el reloj de la avenida del Cid marcaba una inquietante 12.33. La hora en que se había parado el mundo. Aquello parecía una película de ciencia ficción con una imagen más propia de una película de Kubrick que otra cosa.
A las 12.33 del 28 de abril de 2025 se paró el mundo, pero la afirmación va más allá de la simple constatación de ese hecho. ¿Es nada más casualidad que fuera a las 12:33 o hay algo detrás de ese hecho? Vamos a profundizar un poco en las teorías de la conspiración y ¿por qué no? lanzar la imaginación al aire. Este reportaje suscitará sin duda la crítica -la mala y la buena- pero poco importa si sirve para dar un tiempo a la reflexión y abrir una puerta al misterio.
Este acontecimiento del apagón, también ha sido utilizado por ciertos grupos o personas que lo han aprovechado para acrecentar el «miedo, someter y fanatizar aún más a sus seguidores y atraer a otras personas que buscan respuestas», aseguraba el teólogo experto en sectas Luis Santamaría.
El apagón que profetizan los globalistas al servicio de Lucifer, y hay quien hasta lo ha unido a la muerte del Papa Francisco, justo una semana después de producirse su partida hacia el otro mundo.
Se han dado cuenta de qué número daría esa hora… 1+2=3… 333. ¿Qué sugiere este número? Mucha gente respondería rápidamente que 333 es la mitad de 666, el número fatal, el diabólico, en de la bestia… el número del anticristo. O al menos eso es lo que la cultura popular nos ha indicado. Luego iremos al 333 y su significado con su reducción a un solo dígito.
Una hora terrible, si hacemos caso a que supone la mitad del 666, porque auguraría que aún queda otro tanto por llegar hasta completar el anticristo. Pero es que paranoicos de la causa enlazan dos acontecimientos inconexos, o no, como fueron el apagón de este lunes y la muerte del papa Francisco una semana antes. Francisco moría a los 88 años, un 21 de abril de 2025 a las 7:35 horas. Sumados los dígitos da 200 que reducido a una cifra da 2. Multiplicado por 333… saquen sus conclusiones.
Confieso que es extremadamente enrevesado, pero una lógica como esta es la que se usa para intentar convencer de que la Tierra es plana o que una vacuna produce el efecto secundario que se quiera buscar.
Más allá de esa elucubración, por un momento, o por unas horas, todo quedó paralizado. La falta de energía, de luz, ha vuelto a demostrar la vulnerabilidad de la vida en las horas que duró el apagón del lunes 28 de abril. Una fecha que pasará a la historia, no tanto, por lo que ocurrió, sino por lo que sentimos, por lo que vivimos, por lo inútiles que nos sentimos.
Las horas que estuvimos sin luz perdimos la orientación, pero llegamos a recordar algunos de los pasajes de un pasado que no está tan lejos como pensamos. Esa radio a pilas, esa ausencia de comunicación por teléfono móvil. Nos hemos quedado sin el recurso artificial que nos insufla la vida.
Pero es que lo realmente curioso es que volvimos a tener las puertas abiertas de los portales y la gente se arremolinaba para escuchar la radio en comunidad. Que las empleadas y empleados de centros comerciales se sentaban en el suelo, en asamblea y a oscuras, a reflexionar sobre lo que estaba pasando; que el caos de las grandes ciudades apenas se notaba en las medianas y pequeñas y que sin energía… también se puede vivir.
Muchos regresaron con su pensamiento a los tiempos de pandemia, que, al fin y al cabo, no queda tan lejos, pensando en que quizá volvíamos a sufrir consecuencias gravísimas por los cortes de luz. Y fue la resiliencia, y, en parte la solidaridad, la que venció el caos que podría avecinarse.
Una ciudad sin semáforos, en la que los vehículos y los conductores debían de sortear con más o menos dificultad un pequeño caos de tráfico. Pero no pasó nada. O pasó lo menos posible. ¿Es que acaso no volvemos más cívicos en situaciones críticas? Pues eso parece por esta en situación, el cerebro, que está constantemente, analizando espacios y dimensiones, responde y opera siguiendo reglas que a menudo no tienen nada que ver con ninguna realidad física, sino con nuestra percepción psicológica.
Cuenta Pedro Torrijos que cuando hay semáforos «cedemos la responsabilidad a las máquinas», aunque sepamos que hay quien se los puede saltar -sea un peatón o sea un coche-. Sin embargo, el día del apagón la gente condujo con un cuidado exquisito por esa razón, sin semáforo, percibimos las relaciones entre los vehículos de manera mucho más cuidadosa y nuestro cerebro ejerce la responsabilidad de negociar con los demás.
Lo que sí es seguro es que si miramos la realidad, la vida normal, de una forma un poco más profunda de lo que solemos hacer, nos daremos cuenta de todas las decisiones que tomamos, unas acertadas y otras no tanto, que tomamos sin prestar atención. Es posible que todo tenga que ver con la excepcionalidad más que con la necesidad de estar atentos. Pero lo mismo que hemos puesto especial precaución en esta ocasión, ahorraríamos muchos disgustos si fuésemos siempre con esa misma atención.
Lo cierto es que todos hemos vivido alguna vez la experiencia de un apagón. Como también hemos vivido la experiencia de quedarnos colgados en un ascensor, aunque sea con luz.
En España y en Burgos ha habido otros grandes apagones como él vivido en 2021, un 24 de julio que afectó a media España entre ellos a Burgos y a otras ciudades de Castilla y León que se quedaron sin suministro durante cerca de una hora. Estuvo provocado por una avería en una línea de alta tensión de Red Eléctrica Española. Pero dos años antes en 2006 ya se produjo otro, lo mismo que en 2003, lo que pasa es que nuestra mente tiende a olvidar estos acontecimientos.
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