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EFE
ALFREDO, SERÁS SIEMPRE MI MAESTRO

ALFREDO, SERÁS SIEMPRE MI MAESTRO

Si hubo realmente alguien que trabajó, diseñó, arriesgó, sufrió y perdió noches de sueño para conseguir la derrota de ETA, ése fue él

rODOLFO ARES

Viernes, 10 de mayo 2019, 20:42

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Escribo estas líneas con dolor y emoción por la pérdida de un buen amigo, que más que compañero de partido, fue un compañero de viaje, imprescindible en mi vida, como en la de tantos otros que tuvimos el lujo de compartirlo.

Tres pasiones han guiado a Alfredo Pérez Rubalcaba. La primera y fundamental, su familia, con Pilar a la cabeza que con la generosidad de quien de verdad te quiere, respetó siempre la entrega total de Alfredo a la política, porque sabía que le hacia feliz trabajar por sus convicciones. La segunda fue su Real Madrid, del que disfrutaba con Jaime Lissavetzky, su gran amigo, y que tantas satisfacciones les dio durante los últimos años. Y la tercera, qué duda cabe, la política, el servicio público en su mejor sentido, para que el país y la sociedad avanzaran, de forma cohesionada, con más libertad, más democracia, y más calidad de vida para todos y todas.

Y lo hacía desde el PSOE. Porque Alfredo fue un gran socialista, que entendió el socialismo como una herramienta para transformar la sociedad y construir un país más justo y moderno. Por eso, durante muchos años, casi hasta el final de su trayectoria, no ocupó responsabilidades orgánicas. Su dedicación en el partido fue más ideológica, de desarrollo de las respuestas que había que ofrecer a la ciudadanía en cada tiempo y en cada lugar. Muchos de los grandes avances conquistados por el PSOE tenían en el germen o en el desarrollo la firma de Alfredo.

Era un extraordinario comunicador. Una de las personas que he conocido con mayor capacidad de sintetizar una idea compleja en un titular, un corte, una imagen visible para todos. Estos días, se recordarán sus grandes intervenciones como portavoz parlamentario, ministro y vicepresidente o sus brillantes ruedas prensa como portavoz del Gobierno. Yo me quedo con su emotivo discurso en el Congreso de Sevilla, cuando fue elegido secretario general del PSOE, reivindicando orgullo y responsabilidad.

Muchos de quienes durante años le atacaron con crueldad le alabarán estos días, describiéndole como un gran estadista. Querido amigo, como alguna vez comentaste, «qué bien se entierra en este país».

Alfredo era una persona inteligente y dialogante con una gran capacidad de trabajo, capaz de radiografiar a la sociedad en cada momento, detectando sus problemas y buscando las soluciones más apropiadas. Por muy manoseado que esté el termino, si ha habido un hombre de Estado en España en los últimos años, ése ha sido Alfredo Pérez Rubalcaba.

Lo sabemos bien en Euskadi, que con firmeza democrática combatió el terrorismo. Su nombre queda ya para siempre escrito entre los grandes protagonistas de la derrota de ETA y de la conquista de la libertad. Aunque cada vez es mayor el grupo de quienes se atribuyen méritos en el final del terrorismo, si hubo realmente alguien que trabajó, diseñó, arriesgó, sufrió y perdió noches de sueño para conseguirlo, ése fue Alfredo.

Era persuasivo y tenaz. Cuando estaba convencido de que había que hacer algo, peleaba hasta conseguirlo, con una innata capacidad de seducción. Recuerdo cómo, después del atentado de la T-4, los mediadores del Centro Henri Dunant insistieron en que podía haber condiciones para retomar el diálogo con ETA. Me llamó, y en presencia de uno de sus más fieles colaboradores, Goyo Martínez, me instó a volver a Ginebra. Traté de convencerle de que no había nada que hacer y que yo no me sentía con fuerzas. No olvidaré su respuesta: «Te lo podría pedir como ministro, pero te lo pido como amigo. Tienes que ir, porque cuando hay un mínimo de esperanza, uno se traga el dolor y lo intenta».

O en la última época de las conversaciones de Loyola, de las que puntualmente le iba informando, él intuyó, como después se comprobó, que Batasuna estaba endureciendo sus posiciones e iba a imposibilitar el acuerdo final; porque pese a relecturas interesadas que algunos han querido hacer después, en Loyola no hubo acuerdo.

Fue Alfredo, junto con Txiki Benegas, quien más me animó para aceptar la propuesta del lehendakari Patxi López de ser consejero de Interior. Nada más ser elegido, fue Alfredo quien propició una cumbre al máximo nivel de mandos de Ertzaintza, Guardia Civil y Policía Nacional en el comisaría de Erandio, para dar impulso a la coordinación policial y política en el combate a ETA. «Tenemos que combatir al terrorismo juntos con todos los instrumentos del Estado de Derecho. Lo importante es detener a terroristas y ponerlos a disposición de la justicia, no qué cuerpo lo hace», decía.

Son muchos los momentos que tengo asociados a la voz de Alfredo al otro lado del teléfono. Hablando de operativos policiales, de víctimas del terrorismo, personas extorsionadas o escoltadas, o del dolor cuando había atentados y asesinatos. Pero lo más importante para mí es que en momentos difíciles de mi vida familiar, siempre conté con su apoyo y su llamadas para saber cómo iban las cosas o para emplazarnos a una próxima cita (cómo las echaré de menos) en un restaurante del Paseo Rosales. Sobra decir que en nuestras conversaciones y encuentros hablábamos, y mucho, de nuestro Partido Socialista. En algunas batallas internas discrepamos, pero siempre seguimos manteniendo intacta la comunicación y la amistad.

Alfredo siempre estuvo ahí. Y siempre quisimos que estuviese ahí. Le recuerdo en un mitin en Bilbao, recién retirado de la primera línea política. Nos dijo que lo mejor de tener la agenda liberada es que «uno va donde quiere y que suele querer ir donde le quieren». Por eso estaba en Euskadi. España y Euskadi deben mucho a Alfredo Pérez Rubalcaba. Los socialistas vascos, siempre le recordaremos como uno de los nuestros. Para mí, querido Alfredo, serás siempre mi maestro.

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