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Los siete alumnos comparten aula.

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Los siete alumnos comparten aula. GIT

Aprendiendo en la España vaciada

El CEIP Virgen de la Antigua de Cerezo de Río Tirón sobrevive con apenas siete alumnos de entre 3 y 9 años de edad | Todos ellos comparten espacio y tiempo en un grupo dirigido por dos profesoras, que cuentan con la colaboración de las familias, los vecinos del pueblo, varias empresas y el Ayuntamiento

Domingo, 12 de enero 2020, 09:17

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Ángel, Diego, Martín, Tirso, Sophia y Nora llegan al colegio, cuelgan sus cazadoras en un perchero custodiado por un esqueleto cocinero y entran en el aula. Hoy, Ainara no ha podido venir. Está enferma. Toca Matemáticas, Religión y Lengua por la mañana. Por la tarde, después de comer en casa, toca Plástica. Así lo estipula uno de los innumerables tablones que jalonan las paredes. Un tablón en el que, sin embargo, no se reflejan las horas concretas, a pesar de estar perfectamente programadas. Aquí no hay timbres que avisen del cambio de asignatura. Tampoco hay bedeles, ni personal administrativo, ni un trasiego de niños de aula en aula. Este no es un abarrotado centro educativo de un gran núcleo urbano. Este es el CEIP Virgen de la Antigua de Cerezo de Río Tirón, el colegio público con menos alumnos de la provincia de Burgos, un arquetipo de la España vaciada.

Un arquetipo curioso, eso sí. Y es que, en comparación con otras localidades asoladas por la despoblación, Cerezo de Río Tirón se erige como una suerte de rara avis. A pesar de haber vivido tiempos mejores, con medio millar de habitantes, la localidad burgalesa, ubicada a tiro de piedra de La Rioja, presume de tener cierta actividad. Varias industrias, incluida la cercana mina de Crimidesa, un puñado de bares y restaurantes, una farmacia y un par de sucursales bancarias dan fe de ello. Sin embargo, apenas hay niños.

Algunos, además, se desplazan diariamente hasta la cercana localidad de Belorado, cabeza comarcal, para acudir al colegio. Solo siete permanecen en el Virgen de la Antigua. Y hasta hace bien poco, eran incluso menos. De hecho, el colegio programó el inicio del curso con cinco alumnos matriculados, pero finalmente arrancó con seis tras la llegada 'in extremis' de una familia de origen colombiano. Semanas después de iniciar el curso, se incorporó otra alumna.

Con apenas siete niños, el CEIP Virgen de la Antigua es el colegio con menos alumnos de la provincia

Su llegada supuso, sin duda, un soplo de aire fresco, pero no sirvió para enmascarar la realidad, determinada por una sangría demográfica sin precedentes. Para muestra, un botón. El curso pasado eran 13 los alumnos que acudían diariamente al centro, divididos en dos grupos. Muy lejos quedan aquellos días en los que la escuela del pueblo bullía de actividad. De aquellos tiempos, lo único que queda, más allá del recuerdo, es el propio edificio, un inmueble antiguo, cien veces remendado y acogedor, pero cuyo tamaño excede con mucho las necesidades actuales.

No en vano, a pesar de que el centro cuenta con aulas dedicadas específicamente a informática, a música o a biblioteca, todas ellas muy bien dotadas, el día a día se desarrolla generalmente en un solo espacio, en el que conviven, aprenden y juegan los siete alumnos del centro. «Son como una familia» en la que «los mayores cuidan de los pequeños» y los pequeños «aprenden» de los mayores, resume la directora del centro, Sonia Vega.

Esa, de hecho, es la primera gran característica de una escuela en la que se trabaja en conjunto con niños que van desde los 3 hasta los 9 años de edad, con necesidades curriculares bien distintas. Y no es fácil. Para ello, la propia Vega, ayudada por una segunda profesora, prepara y adapta los contenidos en función de las necesidades, aprovechando hilos conductores comunes. Ahora mismo, por ejemplo, uno de esos hilos conductores son los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

«Exige mucho trabajo en casa, pero también es muy enriquecedor» para los profesores y, sobre todo «para los niños», que abordan los mismos contenidos curriculares que el resto de alumnos de Infantil y Primaria, pero de una manera diferente, «mucho más individualizada». Una manera de educar que sería prácticamente imposible de desarrollar en otros centros, en los que la ratio de profesores por alumno es radicalmente inferior. En el Virgen de la Antigua, la atención es prácticamente individual, con dos profesoras a tiempo completo para siete niños. Esa circunstancia permite, entre otras cosas, garantizar una «atención personalizada» sobre una de las niñas, que presenta una discapacidad auditiva.

Implicación total

Además, la implicación del pueblo es total, empezando por las propias familias. «Sin su colaboración, sería imposible hacer todo lo que hacemos», subraya Vega. También es «fundamental» el apoyo del resto de la localidad, incluido el Ayuntamiento y varias empresas, como la mina. «Nos ayudan en todo lo que pueden», y gracias a esa ayuda, el colegio cuenta con unos recursos que para sí quisieran muchos otros centros. Prueba de ello es la imagen que ofrece el propio aula, una suerte de caos organizado en el que los mensajes positivos se mezclan con los juegos educativos, los murales, las manualidades, los equipos tecnológicos y una miríada de libros, la mayoría de ellos prácticamente nuevos. «Al final, el objetivo es evitar que se cierre el colegio», tal y como reza un enorme cartel colocado en mitad del aula.

Todos los alumnos son del pueblo, por lo que no hay ni rutas escolares ni comedor

Sea como fuere, la escuela sigue viva a pesar de todas las dificultades. En este sentido, el colegio de Cerezo no escapa a la realidad de la escuela rural, completamente condicionada por la interinidad. «Normalmente íbamos a profesor por año», explica Vega, quien, eso sí, no se queja de la administración. Al contrario. «El martes, mi compañera presentó la baja y ya tenemos sustituta», explica al tiempo que reconoce las «dificultades» por «atraer profesorado» a una plaza que no tiene los atractivos de los grandes centros urbanos.

El suyo, en todo caso, es un ejemplo paradigmático. Tras pasar por varios centros de Castilla y león, Madrid y Asturias, recaló hace seis años en Cerezo. Lo hizo como interina, una situación que ha arrastrado durante años hasta que en 2019 obtuvo plaza definitiva a pesar de ser la directora del centro. Bueno, «directora, secretaria, bedel y telefonista», reconoce entre risas. «Es un esfuerzo muy grande, pero también es muy gratificante», concluye.

Continuidad

Y mientras tanto, Ángel, Diego, Martín, Tirso, Ainara y Nora siguen a lo suyo, aprendiendo mientras juegan. El próximo curso, seguirán acudiendo al colegio de su pueblo, que en principio tiene garantizada su continuidad. De hecho, para dentro de un par de cursos se confía en tener alumnos nuevos a tenor de los últimos nacimientos acontecidos en el pueblo. Pocos, pero suficientes para seguir abriendo las puertas del centro cada día. «La verdad es que es muy triste que apenas haya nacimientos», reconoce Vega.

Es hora del recreo. Toca coger el abrigo y salir a jugar y almorzar. ¿Al patio? No. Al parque de al lado del colegio. Columpios, zonas verdes y naturaleza en vez de un bloque de hormigón con porterías y canastas. Y niños corriendo y sonriendo, aunque sean pocos.

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