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A unos 12 metros de la última casa del pueblo, Rozas, ubicado en la Merindad de Valdeporres. A esa distancia el lobo devoró a un ternero de la propiedad de José Miguel Sanz. El suceso ha ocurrido esta semana, en la noche del lunes 5 de abril al martes 6. Hace unos días, COAG también lamentaba que otro lobo había atacado a corderos en el propio término municipal de Espinosa de los Monteros.
José Miguel es un ganadero de con vacas y caballos. Tiene 32 años y lleva 11 dedicándose a este oficio por pura vocación, algo que ahora se tambalea por el aumento de los ataques de lobos a su ganado. Confirma José Miguel que en estos 11 años ha recibido más ataques de estos animales contra su ganado pero asegura que «nunca habían sucedido tan cerca del pueblo. Ha sido un ataque muy cercano a las casas, a unos 12 metros ya encontramos una casa».
Otros ataques se habían producido cerca del pueblo pero nunca tanto y siempre amparados por la oscuridad del monte. Rozas es una pedanía de la Merindad de Valdeporres que se encuentra muy cerca del monte «pero esos ataques habían sido entre árboles, no como esta vez que ha sido en un prado ubicado al lado de casas», explica este joven ganadero.
José Miguel llegó por la mañana a ese prado y notó algo extraño. «Había parido otra vaca, todas me conocen, son mansas porque las echo de comer todo el año. Una de ellas me venía a atacar, estaba agresiva. Estaban todas juntas y me percaté de que no encontraba a la cría de una de ellas. Hasta que la encontré comida entera en el prado. Solo dejó la cabeza y la columna vertebral. Esa noche solo se comió un ternero pero hay miedo por lo que pueda volver a pasar y por la impunidad con la que se mueve el lobo», reconoce.
En el caso de las vacas y terneros de José Miguel estaban encerrados en un prado, vallado con alambre de espino «pero debió saltar la valla o colarse. En este caso es que no puedo tener a los animales más cerca y no estaban sueltos, estaban cercados y, aún así, sufrimos ataques».
José Miguel lleva 11 años como ganadero y aprecia varios cambios en los ataques del lobo. No solo es que ahora, por primera vez, haya atacado sus animales en el pueblo. Otra diferencia es el aumento de ataques. «Al principio teníamos entre uno y tres ataques al año. En el 2020 sufrí ocho ataques en siete días», recuerda este ganadero burgalés. En una semana el lobo acabó con ocho animales, solo de su explotación.
«No hay quien aguante esta situación», reconoce. «En lugar de descansar piensas en lo que puede pasar. A veces, de madrugada me levanto y voy a echar un ojo a los animales». José Miguel tiene el ganado repartido por varias fincas valladas, otras están en el monte. «Así es imposible tener perros mastines, como me señala el guarda forestal, se requieren muchos. Y no puedo tener casi 200 animales en un solo punto», apunta.
Las restricciones para frenar la pandemia de la covid-19 ha provocado que la gente esté menos por el monte. Llega menos gente de Santander y Bilbao a esta zona burgalesa a recoger setas o practicar senderismo. Así que el lobo siente impunidad y menos miedo, nota al hombre más lejos. A esto se suma la prohibición de cazar al lobo en todo el territorio. Pero aún así, José Miguel matiza, «el monte no está abandonado. Todos los días subimos a ver a los animales, vamos a los comederos, hacemos praderas, desbrozamos, echamos mineral o basura».
Por ese ternero perdido José Miguel no recibirá ningún tipo de indemnización. «Si la Junta me pagara por los animales que el lobo me ha matado me podría comprar un tractor nuevo», matiza. Lo que pide este ganadero es sencillo: control poblacional. «Hace años que la Junta no hace un control de la población del lobo que hay en sus montes. Queremos saber cuántos lobos hay y en cuántas hectáreas, que hagan evaluación y se hay más cabezas de las que debería, que se autorice la caza. No es normal que entre al pueblo pero si en un espacio en el que en situaciones normales hay 10 lobos ahora hay el doble, son territoriales, tienen que expandirse y alimentarse».
Este ganadero burgalés busca el equilibrio para poder seguir con una profesión que le apasiona, que desempeña por vocación y no por ambición. Reconoce que hay años con pérdidas de más de 8.000 euros. «A mí el lobo me gusta, entiendo que tiene que existir, es un animal peculiar. Pero si en un año nos provoca tantas pérdidas y nadie hace nada para buscar un equilibrio, el día menos pensado abandono. Me fastidia porque tengo 32 años y supondría un autónomo y trabajador menos en el medio rural», reflexiona.
La situación no es agradable. En Rozas, por ejemplo, son unos 15 vecinos. El hermano de José Miguel, con 18 años, querría dedicarse a la ganadería pero esta situación desanima. «Hablan de que falta relevo generacional pero no es fácil instalarse como ganadero, conocen nuestra situación y no recibimos ayuda», lamenta.
José Miguel sigue adelante, aquí tiene a sus animales, la maquinaria, el terreno, la inversión y, sobre todo, la convicción de que no quiere abandonar, pero necesitan que su grito sea escuchado.
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