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La entrada de la Policía Nacional en el templo evangélico Filadelfia, en pleno corazón de la parte vieja de Miranda, en busca de los posibles restos mortales de Marisa Villaquirán ha devuelto a primerísima plana de la actualidad un caso que ha marcado a fuego a la sociedad mirandesa durante las dos últimas décadas.
Marisa, que entonces contaba con 38 años de edad y tenía cuatro hijos, desapareció el 7 de diciembre de 2004. Ese día, según se comprobó durante la investigación gracias al relato de varios testigos, estaba trabajando limpiando un portal de la calle Francisco Cantera cuando su exmarido, Rafael Gabarri, la interceptó y la introdujo contra su voluntad en un vehículo. Esa fue la última vez que se la vio con vida.
A partir de se momento se puso en marcha una exhaustiva investigación que llevó a los agentes a tirar de todos los hilos posibles, por muy inverosímiles que parecieran, con el objetivo prioritario de localizar a Marisa, viva o muerta.
Durante años, los investigadores interrogaron a todo el entorno de la desaparecida, desecharon indicios falsos y peinaron todo el entorno de la ciudad en busca de pruebas. Incluso se llegó a buscar el cuerpo en un vertedero y en la propia iglesia evangélica, pero sin resultado. También se descartó la hipótesis de una fuga voluntaria, dadas todas las circunstancias que rodearon al caso. Marisa nunca apareció.
Sin embargo, la herida abierta nunca se cerró. Marisa se convirtió durante años en un símbolo de la lucha contra la violencia de género, Miranda se mantuvo empapelada durante mucho tiempo y su recuerdo permaneció intacto a orillas del Ebro con movilizaciones y concentraciones periódicas.
Y cuando todo parecía indicar que el caso se cerraría en falso, nuevos indicios han llevado a los investigadores a sospechar 20 años después que los restos de la mirandesa podrían estar emparedados en el interior de la iglesia evangélica, y tras obtener el perceptivo permiso judicial, allí se han personado esta mañana con un amplísimo operativo.
En este sentido, la posible localización de los restos permitiría abrir nuevas vías en el caso, toda vez que la falta de cadáver impidió imputar un delito de homicidio a Gabarri, sobre el que se centraron todas las sospechas desde el principio. Finalmente, los tribunales le condenaron a 14 años y 4 meses de prisión por sendos delitos de detención ilegal y malos tratos. Una pena que completó en 2021, momento en el que quedó en libertad. Eso sí, el condenado permanece fuera de Miranda en virtud de una pena complementaria de 18 años de alejamiento respecto a la familia de la desaparecida.
En el juicio también fue condenado Isaac Duval, acompañante de Gabarri y conductor del vehículo en el que Marisa fue introducida a la fuerza. En este caso, el detenido cumplió una pena de ocho años de prisión como cómplice. El resto de los imputados que se sentaron en el banquillo de los acusados acabaron siendo absueltos.
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