
Un reducto de fe que florece en el Carlos Tartiere
La afición rojilla desplazada a Oviedo se deja la piel y la voz para animar al Mirandés
En un estadio desbordado de azul, donde más de 30.000 oviedistas empujan con fuerza a su equipo, hay un pequeño rincón, rojo y firme, que no se rinde. Es el sentir rojillo de toda una ciudad, que esta noche se ve sólidamente representada por el aliento de cuatrocientos aficionados mirandeses.
Desde una esquina en lo alto del fondo sur, los cánticos de Miranda de Ebro aún se distinguen en el infierno azul que, pasado el cuarto de hora del inicio del partido, adquiría tintes bermejos gracias a un gol de Panichelli. Su puntería ha logrado emocionar todavía más a una hinchada ya embelesada desde hace tiempo y, aunque un penalti que esta vez sí encajó la portería de Raúl Fernández reduce la ventaja de los jabatos, la fe continúa intacta.
Los seguidores del Club Deportivo Mirandés no dejan de animar ni un segundo, aquende y allende el Ebro, pues en la ciudad de Miranda también resultan incontables los aficionados que viven con emoción el embate final. En el Tartiere la escenografía es imponente: una gran pancarta blanquiazul ha cubierto el fondo norte antes del inicio del partido, una banda de gaitas ha interpretado el himno Asturias, patria querida con solemnidad y, mientras tanto, el estadio ha rugido al unísono.
Sin embargo, frente a ese estruendo, el pequeño reducto rojillo resite cada embestida luciendo sus bufandas al viento, sus banderas en alto y empujando con el alma para llevar en volandas al conjunto de Lisci. Porque si algo ha demostrado esta afición es que nunca ha necesitado ser mayoría para dejar huella.
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