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En una tierra donde el vino forma parte del día a día y de la identidad local, Carmelo Rodero ha marcado un antes y un después en la forma de entender la vinificación. Lo que comenzó como una intuición en los años 90 hoy es una realidad patentada que ha elevado la calidad de los vinos ribereños a una nueva dimensión.
Carmelo, heredero de una estirpe de viticultores de Pedrosa de Duero, creció entre viñas y lagares, forjando desde su infancia una relación íntima con el vino. Por ello su pasión por este mundo lo llevó pronto a invertir en nuevas plantaciones. En 1990 su sueño se convirtió en realidad y junto a su esposa Elena fundó Bodegas Rodero.
Fue a finales del siglo pasado cuando Carmelo Rodero empezó a explorar los beneficios de la elaboración por gravedad, un método que reduce la intervención mecánica en el proceso de vinificación. Sin embargo, las limitaciones técnicas del sistema entonces disponible, basadas en barricas abiertas de roble, sirvieron como impulso para algo mucho mayor.
El que es ahora uno de los bodegueros más reconocidos de la Ribera del Duero tenía desde hace años la idea de crear una forma más efectiva de elaborar su vino. Gracias a la ayuda de un ingeniero que le diseñó la forma de hacerlo, la llevó a cabo.
El punto de inflexión llegó en 2004, cuando Carmelo patentó un sistema revolucionario, una plataforma rotatoria donde los depósitos de fermentación se mueven para ir al encuentro de la uva. Con ello se evita el uso de bombas, reduciendo el daño por fricción en pepitas y hollejos, lo que preserva mejor el aroma y la estructura del fruto.
El sistema OVI, siglas de «Obtención por Vinificación Integral», representa una auténtica joya de la ingeniería enológica. Con este mecanismo la uva llega intacta, entera y fresca a los depósitos, manteniendo su integridad y evitando oxidaciones prematuras. «El resultado de usar este sistema se traduce en vinos más suntuosos, elegantes y técnicamente equilibrados», explican desde la bodega.
Este proceso no solo destaca por su eficiencia, sino por su filosofía: mínima intervención, máximo respeto. «Convertimos la gravedad en nuestra mejor aliada», asegura Baeatriz Rodero, enóloga de la Bodegas Rodero. Y no es solo un lema, cada vino se elabora de forma individualizada antes de formar parte de un ensamblaje final meticulosamente orquestado.
Cada copa de vino Rodero trata de ser un homenaje al tiempo, a la tierra y a la tenacidad de una familia que ha hecho del respeto y la innovación sus señas de identidad. Basta con ver los numerosos premios que reciben cada año, tanto por sus tintos como por la figura de Carmelo Rodero, a quien se le otorgó por la Guía Gourmet el 'Premio Especial del Año' por ser un «bodeguero de larga tradición en la Ribera del Duero y por su saber hacer en el mundo del vino».
En un mundo donde la tradición, la modernidad y la tecnología a menudo se enfrentan, Carmelo Rodero demostró que el verdadero avance nace del equilibrio. Y en Burgos, su vino gira con delicadeza para elaborar caldos que se disfrutan en cada sorbo.
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